El desbloqueo de relaciones Washington-La Habana es bastante más trascendental que la carrera de tonterías en la que compiten los agentes de nuestra política nacional.
Desde la pérdida de los últimos vestigios de nuestro imperio, todo lo que pasa más allá de nuestras fronteras ha importado bastante poco al español. La geoestrategia política no tiene aquí grandes analistas ni siquiera seguidores atentos. Si colapsa el precio del petróleo lo que se pregunta el personal es por qué el litro de súper para el coche apenas han bajado unas décimas. La causa del desplome importa tan poco como sus efectos, y así pocos son capaces de explicar en el café por qué algo que a los consumidores nos parece tan bien sienta tan mal a las bolsas. Por ejemplo.
Por ahí, por lo del crudo, puede andar una de las razones por las que Raúl Castro ha accedido a dar a sus súbditos el gusto de festejar como triunfo propio el final de las hostilidades. Un embargo, por cierto, menos real desde hace años que útil ha sido siempre a la dictadura para achacar al imperialismo sus fracasos; el acostumbrado enemigo exterior.
“Volvieron”, y las calles de La Habana aparecieron ayer mismo sembradas de una cartelería desaconocida en una país que carece hasta de papel, mientras la televisión recordaba la profecía de Castro I, “Llegará el día en que volverán…”.
Aquí los comentarios sobre el movimiento al que puso alas el papa Francisco han discurrido sobre los raíles hundidos en la tierra desde hace años. Para unos, ni agua mientras las libertades sigan en la cuarentena revolucionaria; según otros, ya era hora de que cayeran los yanquis en que los bloqueos no sirven más que para enrocar al bloqueado.
En esta antigua metrópoli algo experimentamos en ese sentido. Concluida la segunda guerra mundial las democracias occidentales, más la llamada popular de Rusia, impusieron un bloqueo del régimen franquista que consiguió poco más que movilizar una manifestación multitudinaria en la Plaza de Oriente para gritar aquello de “Si ellos tienen UNO, nosotros tenemos dos”.
Abierta la guerra fría que ayer simbólicamente pudo darse por cerrada, las democracias levantaron el bloqueo diplomático, España entró en Naciones Unidas, la aborrecible UNO de pocos años antes, y las suecas pudieron venir a tomar el sol en nuestras playas; punto no despreciable este del turismo en el proceso de normalización de nuestro país iniciado en los años 60, precisamente cuando la crisis de los misiles desató el bloqueo de la isla.
Aquella España de Franco no respetó el bloqueo y así los turroneros siguieron exportando a la isla, su primer mercado exterior, y los hoteleros, constructoras y demás levantando las infraestructuras turísticas a golpe de sociedades mixtas. Cuba era comunista, pero era nuestro comunista; nada que ver con rusos, chinos o vietnamitas.
Con la democracia aquí a finales de los años 70, y en los 80 la crisis allí agravada por la retirada paulatina de la ayuda soviética, el panorama cambió y la posición española de alineó con el resto de Europa, hasta llegar a liderar la línea dura por la falta de libertades durante la presidencia de Aznar.
Por todo ello, las opiniones aquí publicadas han seguido manteniendo la misma dualidad que en los Estados Unidos enfrentará a republicanos y demócratas, aunque para ellos el movimiento efectuado tiene toda la lógica del mundo. Cuando el soporte económico del régimen cubano, Venezuela, se asfixia con la caída del petróleo, y por la mala cabeza de Maduro, y el neoimperialismo de Putin se acerca hasta un centenar de millas de la costa norteamericana, Obama no ha hecho otra cosa que mover las fichas del tablero de una partida sin aliento, un juego nacido en otro mundo con reglas de otro tiempo.