En el argot judicial la querella que se interpone para paralizar otro procedimiento se denomina querella catalana. Eso es justamente lo que anunció ayer ese lince en trance de extinción que presume de ser el 129 presidente de la Generalitat, o así.
Visto que el Gobierno de verdad, el de la nación, no piensa mirar hacia otro lado ante al fraude de ley que implica la convocatoria del nueve próximo, Mas manda a sus jurídicos, funcionarios también del Estado español, que interpongan una querella criminal contra el Gobierno de verdad, el de la nación (otra vez, sí).
La treta no es cosa de ayer; viene de la edad media, cuando comerciantes genoveses se quejaron de no recibir las compensaciones pactadas con sus colegas catalanes. Los catalanes trataron de paralizar la reclamación abriendo un procedimiento penal para detener la denuncia mercantil. Uso torticero donde los haya de la jurisdicción penal que, afortunadamente, suele ser mandado a hacer puñetas por los jueces, que lo tiene tan fácil como empezar a transcribir el artículo 641 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
Medio milenio más tarde, vuelve a las andadas este lince de finura dialéctica que frente a la observación de la falta de garantías democráticas de su consulta se defiende de esta guisa: “Son ellos los que intentan que no las tengan y después nos acusan de ello… es como al que le rompen una pierna y después le dicen que va cojo”. Así es el personaje que no satisfecho con haber hundido a su propio partido se apresta a hacer lo propio con toda la región.
El llamado proceso participativo es tan ridículo -ahí están los nombres apuntados en el “censo” o cómo un “voluntario” sagaz le dice a Elvis Presley la mesa en que debe depositar su voto- que el Estado podría haberse ahorrado este último paso, y así lo dejé aquí escrito hace unos días. Pero no es menos cierto que quien se ha comprometido a guardar y hacer guardar las leyes, caso de Rajoy, puede verse obligado a ello.
Compensarlo con la apertura de una nueva vía de solución política al problema creado por el nacionalismo rampante está bien como figura retórica; en la práctica hoy es imposible. El asunto requiera un proceso de lisis más dilatado. Al tiempo.