¿No habrá un ciudadano anónimo entre los siete millones que viven en Cataluña capaz de levantar la voz para decir, simplemente, ja n’ hi ha prou!?
Esa es la almendra del problema catalán. Su solución no está en Madrid, ni en el Gobierno, ni en los tribunales. Tampoco en los movimientos sociales que surgen en el resto de la Nación. La situación que allí se ha creado, sólo desde allí cabe ser resuelta. El tinglado secesionista no se desmonta desde fuera. Son demasiados los embelecos grabados sobre muchos ciudadanos inermes, desde el escolar hasta el último inmigrante sin papeles; demasiados los intereses de la clase política que ha manejado aquella comunidad como una masía y hoy siente urgente la necesidad de evitar la acción de la Justicia, de tapar las sentinas para que todo siga quedando impune.
Los insensatos que siguen jugando con fuego están buscando la reacción de las instituciones nacionales que, como acabará sucediendo, es hacer cumplir las leyes. Todas, comenzando por el Código Penal. En ello parece empeñada esa pequeña extrema derecha que añora la fuerza bruta del espadón. Pero los incendiarios han invertido mucho dinero y durante mucho tiempo como para que la restauración de la legalidad vaya a resultar gratis. O simplemente sencilla.
El peso de la Ley apagará el fuego, pero los rescoldos seguirán ahí, entre las víctimas del pujolismo y de las izquierdas antisistema que la crisis ha aventado. Esa es la fuerza de los secuestradores de las instituciones del Estado en Cataluña; esa, y la pasividad de quienes siguen tolerándolos en sus propias carnes. Y frente a ellos, ¿ninguna voz capaz de llamar a las cosas por su nombre, más allá de los políticos constitucionalistas? ¿Nadie dispuesto a denunciar, como en la fábula del rey desnudo, que unos insensatos les estás conduciendo al abismo, a la ruina, a la dictadura?
¿A qué esperan para hacerse sentir esos millones de españoles que querrán vivir libres en la Cataluña plural, culta, respetuosa y cosmopolita que ellos mismos hicieron siguiendo la huella de sus antepasados? De ellos ha de salir ese ¡ya basta! para reponer las cosas en su sitio.