Cuando parecía que las cosas comenzaban a enderezarse, la economía española al frente del crecimiento europeo, en Cataluña la sangre no llegaba al río, el ébola comenzaba a ser controlado en el Carlos III, la Justicia ponía en su sitio a la ristra de sinvergüenzas, y la Asamblea de Naciones Unidas daba asiento a España en su Consejo de Seguridad; cuando todo ello presagiaba un respiro en nuestro sempiterno debate existencial, alguien abrió la lata de sardinas y los mercados temblaron.
Ya saben, el cuento del que vendió por un par de euros su lata de sardinas a quien la revendió por cuatros y así, de listillo en listillo, fue pasando de manos hasta que el que la compró por veinte decidió merendarse las sardinas con un vaso de buen vino… “Hombre de Dios, como se le ha ocurrido abrirla; esa lata es para vender, no para comer”, acalló el vendedor su reclamación por la lata llena de aire.
Pues en esas estamos. Ha bastado tomar conciencia de la parálisis alemana, la crisis francesa, la ralentización del crecimiento de los BRICS, la torpeza de Obama para salir de las crisis internacionales en que sale y entra, para que los valores españoles y del resto del mundo vuelvan a los precios de principios de año. ¿Histeria bajista? Tal vez algo haya de ello; en cualquier caso estamos en el eterno debate entre precio y valor.
La política permite mayores elasticidades. El triunfo de la candidatura española en la ONU no es nuevo. España ha estado en el Consejo de Seguridad en las tres décadas de nuestra democracia, con gobiernos de la UCD, del PSOE y del PP. En el bienio 80-81, éramos ejemplo universal de cómo se construye una democracia; en el 93-94 capitalizábamos los grandes fastos del 92, la olimpiada y exposición universal más caras de la historia pero también las más brillantes; y en el 2003-04, éramos los nuevos ricos europeos que no supimos digerir aquella explosión de prosperidad.
Pero en esta cuarta ocasión el país, lejos de la euforia, se presentaba saliendo de un ajuste de caballo y amenazado por una fractura interna, un movimiento secesionista que fuera no parece que muchos hayan tomado en serio pese a la propaganda, embajadas y demás modalidades utilizadas para dilapidar el dinero de todos los españoles.
El paso que ayer dio la comunidad internacional debería hacer pensar a los sediciosos sobre la futilidad real de sus propósitos. ¿Listas conjuntas, anticipar elecciones plebiscitarias? Difícil tiene Mas adelantarse a que Junqueras cope poder territorial en las municipales de la primavera próxima. Su situación no tiene más salida que la marcha atrás, pero para ello necesita el embrague que quemó en cuanto se sentó en el Palau.
Precisamente por estar en el órgano de gobierno de la comunidad internacional, ahora más que nunca el Gobierno de Rajoy ha de extremar la protección de los derechos ciudadanos amparados por las leyes, comenzando por su propio solar. Y con el concurso de la oposición, es cuestión de Estado, facilitar una paulatina descompresión de la caldera nacionalista.