Por si no bastara con la barbarie nacionalista hay españoles empeñados en cargarse la entrada de un conciudadano en el gobierno europeo. El acoso a la candidatura de Arias Cañete es de aurora boreal. Pero así es España.
La idiocia que preside demasiados ámbitos de la vida pública, comenzando por los medios de comunicación y terminando por determinados personajes incrustados en instituciones políticas, requiere alertas como la que ayer daba García Margallo. Un ministro del Gobierno que acostumbra a no hablar gratis decía en la SER: «Hay que preguntarse si para ser político hay que ser pobre de solemnidad y estar dispuesto a no trabajar en ningún otro sitio».
El comentario venía a cuento de la oposición de los comunistas, ecologistas y nacionalistas radicales al nombramiento del ex ministro español de Agricultura, y antes Abogado del Estado, profesor y hombre de empesa, para una de las carteras importantes de la futura Comisión de la UE, la de Energía y Cambio Climático. Oposición que no tendría demasiado de extraordinario, dadas las tendencias de los grupos reseñados si no fuera porque con ellos están los socialistas españoles.
País… Los de Sánchez vuelven a ponerse los pactos por montera y anuncian que votarán en contra de lo acordado entre socialdemócratas –grupo al que pertenecen- y populares europeos. Como añadía García Margallo, «Nunca he visto que el partido de la oposición intente cerrar el camino a un candidato de su país… las querellas internas no se deben dirimir en el extranjero».
El sistema democrático está trenzado sobre una serie de compromisos, esenciales para la conllevancia de los ciudadanos. Como esa de que los pactos se hacen para ser cumplidos. O aquella otra de que sólo las leyes aprobadas por el pueblo hacen posible la pervivencia de las sociedades complejas, como la nuestra lo es. Y también que los ciudadanos, cuya suma componen eso llamado pueblo, legislan y gobiernan a través de apoderados, de aquellos a quienes confiere el poder de representarlos.
Y también existen una serie de convenciones, de costumbres decantadas a lo largo de mil experiencias, como que la ropa sucia se lava dentro de casa. Y aquí hemos echado por tierra el principio de que la política debe nutrirse de los mejores; es más, cuando un profesional se atreve a entrar en la política ha de soportar cualquier cosa menos muestras de agradecimiento o simplemente de bienvenida.
En su lugar, adelante los jefes de las juventudes partidarias, los pegacarteles que llegan a secretarios locales, los que no acabaron nada de lo que empezaron, los trepas; menos estudios y más calle, que lo nuestro es la calle…
Y por ese camino se acaba como los catalanes, es un ejemplo pero hay muchos más, gobernados por esa degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder; la demagogia, según la Real Academia Española.