Al cabo de los años los gobiernos andaluces han demostrado hasta qué nivel puede llegar la sinvergonzonería, el relajo, la capacidad humana para malversar los dineros públicos. Un centenar largo de imputados ante la justicia por las diversas modalidades de corrupción que son afloradas parecería suficiente prueba para tomar muchas precauciones antes de montar cualquier cauce para la distribución de caudales.
Pues no. Tras los EREs, los cursos de formación, las subvenciones al amigo y demás modalidades, el actual gobierno de aquellas tierras, antaño de María Santísima, está en trance de pedir un banco público.
Los socialistas que custodian las armas de Susana Díaz achacan la idea a sus socios de gobierno comunistas, a los que realmente cuadraría mejor la iniciativa, si es que conservaran algo de la ideología que profesaron sus mayores. Un banco público para el desarrollo de Andalucía es lo primero que habrían puesto en marcha allá por los años cuarenta, de haber ganado la guerra civil, como los que la ganaron montaron el INI, y al comenzar los años sesenta nacionalizaron los bancos de Crédito Local, Crédito a la Construcción, Hipotecario, Crédito Industrial, Crédito Agrícola y la Caja del Crédito Marítimo y Pesquero. Seis bancos públicos, nada menos, y sin contar el Exterior.
Pero fue un gobierno socialista, el último de González, el que dio los primeros pasos para privatizar aquel mundo público víctima de las ineficiencias y falta de sentido real, creando Argentaria.
A lo extemporáneo de pretender volver a aquellos tiempos de entre guerras, parece un chiste que su promotor sea precisamente el gobierno autónomo andaluz. Dicen que los de Valderas lo han puesto como condición para votarle a Díaz los presupuestos. ¿Tan difícil le resultará a la joven promesa socialista romper el lazo que mantiene a su partido en el poder pero puede terminar ahogándola, como al presidente catalán el de Junqueras?
Susana Díaz haría un buen servicio al país, comenzando por su propio partido, despojándose de la rémora que lleva consigo. No ganó las elecciones pero tiene la red clientelar suficiente como para mantener el poder. Y si no, ella podría ser la llamada a indicar el camino para la gran coalición que probablemente necesitemos en la siguiente legislatura para afrontar con alguna garantía las reformas precisas. Los consensos no cuajan porque sí, ni tampoco de la noche a la mañana. Y los rodajes no suelen venir mal.