Otra forma de marear la perdiz, o sea de hacer el Cantinflas, es ir a ver a Mas para hablarle de la reforma federal como remedio de sus males. Decía ayer en Barcelona el flamante secretario general socialista que la reforma federal de la Constitución implicaría mayor reconocimiento de las competencias y de la autonomía catalanas, y una mejora sensible de su sistema de financiación. Y se quedó tan ancho.
Naturalmente el catalán no perdió cinco minutos en desentrañar el secreto oculto en el mensaje. Porque de sobra sabe que si de autonomía y competencias se tratara no hay en el mundo sistema federal que supere las que disfrutan con el Estado autonómico español. Y en cuanto al sostenimiento financiero de un Estado federado…
El problema estriba en si Sánchez realmente piensa lo contrario o si, tal vez, trató de adornar su visita con esa especie de media verónica para tapar lo vacías que llevaba sus alforjas. En el primer caso, el asunto sería grave; en el segundo, una frivolidad impropia de quien dirige uno de los dos partidos de gobierno que aquí han cuajado.
Lo malo de andar con este tipo de historias, aprovechar la ocasión para politiquear equiparando a quien defiende la Ley con el que la vulnera, y proponerse como solución para “superar las trincheras y los monólogos cruzados en los que se encuentran instalados”, produce efectos indeseados para quien, pese a lo anterior, manifestó no estar en la equidistancia.
¿Reforma federal? El catalán habló por boca de Homs: como Rajoy se opone a todo, incluso a la reforma federal, “Cataluña seguirá su camino sin esperar sentado a que el PP y el PSOE se pongan de acuerdo sobre una salida política”.
Más claro, agua. El federalismo como ariete contra el sistema, vale; como solución al cisco creado por los de Pujol, ni un pimiento. Meter a todo el país en una reforma, la del Estado Federal, que el partido socialista sacó de sus archivos internos con el fin de abortar un cisma con su franquicia catalana carece de sentido.