De cuando en cuando en este país se hacen bien algunas cosas. Incluso en la televisión pública nacional, capaz de acoger un proyecto como la serie Isabel. A diferencia de lo que es habitual en el Reino Unido, y que sus antiguas colonias han continuado con brillantez, las recreaciones históricas no son lo nuestro. Salvo aquellas viejas producciones impulsadas por el régimen franquista como instrumentos de propaganda.
Créditos sindicales y premios nacionales cebaban la bomba de los estudios Cifesa donde directores beneméritos en su época como Juan de Orduña, recreaban desde la conquista de Granada, el descubrimiento de América o el sitio de Zaragoza hasta las épicas resistencias de los últimos de Filipinas o de un puñado de militares en el alcázar toledano, cuando la entonces reciente guerra civil.
Tal vez el empacho provocado por aquellas llamadas historias ejemplares haya acentuado el complejo con que el español suele manifestarse respecto de su pasado, de la Historia que ha moldeado el momento presente.
Sin recurrir a las adaptaciones de clásicos, Shakespeare –Ricardo III-, producciones historicas como las británicas sobre T. Becket, T. Moro o Carlos I son impensables en nuestra cinematografía, así como las epopeyas norteamericanas de la conquista de su oeste lejano. Aquí todo queda prácticamente reducido a la figura de El Cid o a la guerra de la independencia, producciones por cierto obra de un americano, S. Broston.
La acogida que ha tenido la puesta en escena de los personajes que consolidaron la unión de los dos grandes reinos peninsulares, la reina Isabel I de Castilla y el rey Fernando II de Aragón, parece demostrar que cuando las cosas se hacen bien la historia sí que importa. Que se lo pregunten al munícipe imbécil que prohibió filmar en la misma escalinata de la Plaza del Rey la recreación del atentado de Canyamars sufrido en diciembre de 1492 por el Rey Católico, que ayer recreaba el primer capítulo de la tercera temporada de la serie.
La Historia es la mejor vacuna contra las historias, historietas y demás tergiversaciones interesadas sobre un pasado falto de un abuelo que ganara ninguna batalla. Ay aquellos tristes versos de León Felipe:
… ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?…