Algo huele a podrido aquí, no en Dinamarca, cuando cinco instituciones estatales anuncian su decisión de no cumplir la Ley. En este caso, la de Educación aprobada por el Congreso en diciembre de 2013. Cinco gobiernos autonómicos se han plantado ante aquella decisión de la soberanía popular que, quiérase o no, eso es una Ley aprobada por las Cortes; “una declaración de la voluntad soberana”, como Andrés Bello definió en el Código Civil chileno
No son sólo las dos comunidades autónomas regidas por los nacionalistas habituados a hacer de su capa un sayo, es que en ello están también las que controlan los socialistas. Dos, con el apoyo de comunistas; y en la tercera apoyando ellos a un grupo de amigos de reciente vocación africanista. En eso están los de Sánchez.
Así hace patria el aspirante a gobernar la nación; fomentando hoy el incumplimiento de una Ley, como ayer incumplió el pacto suscrito por los dos grandes bloques europeos para elegir su gobierno de acuerdo con lo que salió de las urnas.
Olvidarse, o cambiar de criterio, de una semana a otra sobre las primarias a las que concurrirá para liderar su partido en las próximas elecciones es, al fin y al cabo, un asunto interno; cuestión de menor calado que ciscarse en la Ley. Eso sí, revela la escasa consistencia del personaje.
Tan sonriente como aquel Rodríguez Zapatero que tan caro nos salió, Sánchez parece aquejado del mismo síndrome de la sonrisa perpetua. La confianza en sus propias capacidades no tuvo en aquél más razones que un optimismo sin causa real: el Estatut que cerraría el problema catalán, la crisis que no lo era, etc. Ojalá éste no resulte tan gravoso. Aunque su fanfarria federalista para resolver los problemas en que Pujol y Mas han metido al país. no augura nada bueno.
Incumplir la Ley es golpismo. Así se acaba con el Estado de Derecho, con la democracia. Y en ello parece que no están solos Más y Junqueras, el de la desobediencia civil.