Lo de las primarias en los partidos para designar a sus dirigentes constituye un buen ejemplo de por dónde va nuestra política. Hay un partido empeñado en meter las primarias en una ley de obligado cumplimiento para todos (y todas, naturalmente). Y lo predica en nombre de la regeneración democrática, la transparencia y demás alforjas con las que trata de tapar las mataduras de viejo burro que desdicen su imagen.
Achacar la falta de transparencia, el despotismo o la corrupción a la falta de primarias son ganas de marear al militante, al votante y hasta al mero simpatizante. Y en cuanto a la efectividad de sus resultados…
Felipe González, el gran líder que el PSOE ha tenido en el último medio siglo, no salió de unas primarias sino de los votos de un Congreso. ¿Fue por ello menos democrática su designación, acaso gozó de menor legitimidad de origen, o carecieron de méritos suficientes sus candidaturas a la presidencia del Gobierno?
En 1997 Joaquín Almunia, el actual comisario de la UE y entonces secretario general del partido, decidió reimplantar la fórmula que el PSOE utilizó durante la república tratando de arbitrar la guerra entre facciones dentro del propio partido. Comenzó aplicándose a la elección del aspirante a lendakari, confrontación que ganó Nicolás Redondo Terreros frente a Rosa Díez, hoy lideresa absoluta del partido magenta.
Llegado el momento de elegir candidato a la presidencia del Gobierno, el secretario general Almunia, perdió frente a Josep Borrell, quien tuvo que dimitir un año después por su relación con dos antiguos colaboradores procesados por fraudes diversos. Los votantes tal vez quisieron despejar el terreno de los restos del felipismo pero su éxito fue corto y escaso. Almunia fue quien realmente se presentó como líder en las elecciones en el 2000.
Las primarias se habían restablecido para designar candidatos electorales y solían ganarlas los apoyados por el aparato, salvo excepciones como la de Cristina Almeida para la Comunidad madrileña; pero no para cubrir la secretaría general del partido, y así José Luis Rodríguez Zapatero fue elegido secretario general en el Congreso correspondiente, como ocho años más tarde, 2012, lo fue Alfredo Pérez Rubalcaba. Eso es lo que el PSOE hizo a lo largo de su historia… Hasta Pedro Sánchez.
La cerrazón de los partidos, su endogamia, la incapacidad para renovarse y demás vicios que hoy acumulan no se disuelven en la elección de un candidato. Las primarias pueden ser un sistema tan positivo para unos como inútil, o simplemente inocuo, para otros. No tiene sentido hacer de ellas, un medio para resolver conflictos internos, el fin de una reforma para la regeneración democrática. Tal vez constituyan medidas más eficaces abrir las listas a la selección del ciudadano y cerrar el paso a los trepas crecidos desde las juventudes partidarias.
Tal vez un sistema electoral sin listas, ni abiertas ni cerradas, que permita a la gente elegir a políticos uno a uno (y deponerlos si no cumplen); ello permitiría regenerar la democracia de una vez. Algunos ya estamos en ello, pero necesitamos ser más.