Conocí a Emilio Botín hace 34 años. En casa de su padre, entonces presidente del sexto banco nacional, el Santander. Cinco años más tarde pidió mi colaboración para llevar adelante de la mejor forma posible la sucesión en la presidencia del banco. Fue en la primavera del año 86, vísperas de las elecciones que volvería a ganar Felipe González. Desde entonces colaboré estrechamente con él en la construcción de la primera franquicia financiera española y latinoamericana.
Hijo, nieto, hermano y padre de banqueros, Emilio Botín vivió para el trabajo; la banca fue su gran pasión, en ella se ha dejado la vida. Hombre intuitivo y abierto, condujo el pequeño banco provincial que su padre había colocado en la liga nacional hasta el podio mundial de los grandes.
Estableció alianzas con entidades financieras internacionales que le permitieron acceder a nuevas formas de hacer en la banca comercial o en la de inversión. Y pertrechado de cuanto necesitaba, equipos, conocimiento y capacidad financiera, rompió el statu quo que atenazaba el sistema financiero español.
Comenzó por reventar las reuniones que las siete mayores entidades de la época celebraban una vez al mes. De hecho sólo asistió a la que él mismo y Pedro de Toledo, nuevo presidente del Vizcaya, fueron introducidos en aquel exclusivo club por sus predecesores respectivos. Fue su primera decisión política. Pero la ruptura definitiva llegó dos años más tarde con el asalto, primero, a las cuentas de depósitos de los colegas y poco después a sus carteras de crédito inmobiliario.
De la guerra de las supercuentas y superhipotecas el público salió ganando, remuneraciones más altas y créditos más bajos, y los colegas perdiendo. El remezón que supuso la entrada de la competencia en el sistema provocó la crisis de la mayor parte de sus competidores.
Y simultáneamente la conquista de América para levantar la primera red financiera latinoamericana cautelosamente iniciada durante la presidencia anterior. Ello dotó al ya grupo Santander de un factor estabilizador fundamental en su desarrollo, la diversificación completada con su presencia en el Reino Unido, Alemania y otros países de centro Europa.
A Emilio Botín le gustaba la política. Tuvo el sentido de responsabilidad necesario para colaborar con los gobiernos democráticos en lo que entendía que formaba parte de los intereses generales del país; en América y aquí. Uno de sus últimos empeños lo puso en el Consejo Empresarial para la Competitividad.
Y también para crear la primera red mundial de universidades, 1290 asociadas, Universia. Haber destinado 1000 millones de euros a programas universitarios en los últimos quince años revela el interés del personaje por el futuro de la sociedad que, en un nivel más personal, volcó a través de la Fundación que lleva el apellido de la saga.
Ha sido un español de excepción.