Los partidos malamente representan los latidos de la sociedad actual. Encerrados en sí mismos, sus movimientos acaban circunscritos al resto de los pobladores del ecosistema en que sobreviven; el partido como principio y fin de todas las cosas.
Así, en lugar de apelar directamente a la sociedad catalana, Cospedal se dirigió hace un par de días a los partidos constitucionalistas allí presentes tratando de activar su responsabilidad ante el disparate secesionista. Lo hizo en forma de llamamiento a crear un frente. Y como era de suponer, la mayoría le dio la espalda.
Las baterías populares mostraron estupor achacando a los reacios mayor aprecio a sus intereses partidarios que a los generales del país. Y no sin razón, pero…, y en política los peros pueden llegar a ser barricadas, la secretaria general del partido en el Gobierno, antes de lanzarse al ruedo, tenía que saber de antemano las respuestas que iba a recibir.
Porque ni el PSOE va a renunciar a estas alturas a representar el papel de buen intermediario con su mantra federal, ni Ciudadanos cederá en favor de los populares un ápice del terreno que allí está cubriendo y con éxito apreciable.
Si Cospedal trataba de formar un frente catalán opositor a los que detentan aquella autonomía, error de cálculo; y ha incurrido en un desgaste innecesario si lo que realmente pretendía era que cada cual se definiera sin tapujos.
El fracaso del separatismo se cosecha en la calle, no en el parlamento catalán. Y en las calles de una sociedad desarrollada no gustan los frentes, se habla de éxitos más que de victorias, y no es fácil dar en el clavo para hacerse con ellas. Sobre todo después de haberlas ignorado durante tanto tiempo.