Dice don Paulino Rivero, presidente del gobierno regional canario que la autorización de las prospecciones petrolíferas en aguas del Atlántico, a más de cincuenta kilómetros de las costas de Lanzarote y Fuerteventura, es el conflicto más grave (con España, se supone) desde la conquista del archipiélago.
Ha nacido otro nacionalista, pero de corte indigenista; más en plan Evo Morales que Artur Mas. Lástima; los canarios no se lo merecen, ni a él ni al gobierno que preside con el apoyo del partido socialista.
El ex diputado durante tres legislatura en el Congreso –él presidió la comisión sobre los atentados del 11 de mayo- ya había mostrado esa querencia hacia la Pachamama isleña. De hecho hace poco más de seis años fue recibido a puerta cerrada por el controvertido alcalde Zerolo en el Ayuntamiento de Santa Cruz como el “presidente de la nación canaria”, y allí se despachó diciendo que no habría que tener miedo a transformar Canarias en un Estado libre asociado a España. Con un par.
Del cantón murciano de Cartagena de hace ciento cincuenta años, al Puerto Rico norteamericano de hoy. Tiene bemoles.
Lo de Cartagena parece cobrar actualidad en estos tiempos. Aquello duró más de un año, tiempo suficiente para emitir moneda, invadir la potencia extranjera de Almería, enfrentarse a una escuadra germano-británica, estar a punto de declarar la guerra a Alemania y pedir ayuda a los Estados Unidos, los mismos que no muchos años después se tragarían Cuba, con Puerto Rico dentro, y las Filipinas.
Pues en esas andan Rivero y otros, sin dar señales del más mínimo sentido del ridículo. Rodeados por imbéciles e insensatos como estamos, más que en la reforma de la Constitución habría que empezar a pensar seriamente en cómo evitar los vértigos de grandeza que los tinglados regionales producen a quienes se encaraman hasta lo más alto, generalmente con menos méritos propios que apoyos tácticos de partidos ajenos.
Así es España. El maestro Rivero, que esa es su profesión original, debería conocer la historia de cómo se cerraron aquellas aventuras cantonales. Tiempos de rompe y rasga donde todo un presidente del Gobierno, el primero de la primera república, pretextando ir a dar un paseo por el parque del Retiro se encaminó hacia la estación de Atocha y tomó el portante hasta Paris. Figueras había salido de la reunión del Consejo gritando “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”.