Susana Díaz está recordando a Richard Nixon, aquel presidente norteamericano que hubo de salir de mala manera de la Casa Blanca pese a haber descargado sobre sus colaboradores la mierda que asfixió su segunda presidencia. En medio del silencio público de su presidente, los siete del Watergate fueron cayendo uno a uno en manos de la Justicia, e ingresando en prisión. ¿Será ese el modelo de la andaluza ante el caso de los EREs falsos y demás canonjías facilitadas a los amigos?
No lo tiene fácil la madrina del nuevo PSOE. Si realmente fuera para su partido tan importante como parece, debería soltar lastre cuanto antes. Comenzando por sus dos predecesores ya en manos del Tribunal Supremo, y continuando por consejeros y directores generales que tan bien conoce. Naturalmente, sólo podrá hacerlo si ella misma estuviera limpia de polvo y paja.
Nixon hubo de dimitir pero no llegó a ser condenado penalmente porque el sistema le otorgó el beneficio de la duda sobre su autoría en aquel sucio juego de espionaje a los demócratas, y lo dejó en copartícipe de obstrucción a la Justicia y abuso de poder.
¿Resistiría Susana ese beneficio de la duda habiendo sido Consejera de Presidencia e Igualdad de la Junta, o Secretaria de Organización del partido, antes de su ascensión a la Presidencia y a la Secretaría General, impulsadas por Griñán, uno de los inculpados en el escándalo andaluz?
Hay situaciones en que ponerse de lado no basta para evitar ser atropellado por los hechos, y una de las más evidentes es el vendaval que se cierne sobre la Junta de Andalucía. La omertá que ha mantenido ocultos los desmanes cometidos durante años con un dinero público sin control comenzará a quebrarse en cuando los beneficiarios, y son muchos millares, vean que el grifo deja de manar.
Pero, sobre todo, ¿acaso los grandes partidos no son los primeros interesados en sanear las sentinas del sistema que han viciado y entre todos están a punto de cargarse?
¿Qué dice, o qué calla, la dama blanca del PSOE?