Convergencia Democrática de Cataluña está cerrando su ciclo vital siguiendo los pasos del Imperio Romano en aquella caída a manos de los hunos alimentados por su podredumbre interna. Hoy Pujol, césar fundador de la dinastía que ha regido Cataluña durante decenios, está dando los pasos precisos para finiquitar de mala manera lo que emprendió en los primeros años setenta del pasado siglo.
Uno a uno, desde su ladina confesión hasta las querellas que ahora manda interponer para tapar las cuentas familiares aún ocultas en paraísos terrenales, todos sus movimientos confirman que el entorno familiar del supuesto molt honorable encerraba más trampas que una película de chinos.
Penalmente, que parece ser lo único que le preocupa, su futuro puede ser el que sea; políticamente Pujol es un apestado. El adalid que dio nuevas alas a la burguesía catalana para vivir en democracia sin miedo a semanas sangrientas ni bombas en el Liceu; para conseguir subvenciones con que compensar aquellos aranceles de pasados siglos que enriquecían sus pequeñas industrias empobreciendo al resto del país; para rehacer la historia en las escuelas; para seguir mandando los de siempre, ese es el líder que hoy está entregando las llaves de la fortaleza a los republicanos de izquierda y a los comunistas vestidos de verde.
Su grey podría llegar a perdonarle tanto engaño, la rapiña, el dinero negro, etc., pecados todos ellos del que pocos están libres, pero destruir el templo en que se sentían seguros, protegidos, eso no lo perdonarán nunca.
En la Roma del siglo V el caudillo Odoacro desterró al último emperador, el pequeño Rómulo Augusto. En la Cataluña actual el procónsul Artur Mas se despeñará por el precipicio hasta el que le ha conducido Junqueras. Y con él caerá el tinglado convergente, tan podrido como para que nadie levantara la voz contra la estólida política que entregará las llaves del poder regional a sus enemigos.