Quizá no sea tan unánime la oposición de la oposición a la reforma del sistema para la provisión de las alcaldías. Sentar las bases para que los más votados puedan gobernar su municipio tal vez acabe contando con el apoyo de algún otro grupo parlamentario. Aunque del proyecto popular nada se sepa, no parece que la pretensión anunciada sea descabellada.
Lo que resulta chusco, por decirlo suavemente, es oír algunos argumentos como el esgrimido por Soraya Rodríguez, aquella portavoz socialista durante el período Rubalcaba que Sánchez parece no querer tan cercana. Ayer hiló el siguiente fino argumento sobre la reforma por llegar: “es una maniobra política de quienes se sienten perdedores”.
La lógica más elemental induce a pensar que los perdedores serían precisamente los menos interesados en primar a los ganadores. Dicho por pasiva, si los populares temieran perder serían los más interesados en tener expedito el camino para pactar a diestro y siniestro con el fin de alcanzar la mayoría que las urnas podrían negarles.
Hace unos días adelantaba el mismo argumento uno de los canales televisivos más amigos del PSOE, incluso con el apoyo de una burda infografía: un mapa de España con las provincias coloreadas en las que los populares tuvieron mayorías absolutas hace tres años y medio, seguido de otro con una proyección de los resultados obtenidos en las últimas europeas. El azul dominante se trocó en blanco. Voila, he ahí las razones del empeño de Rajoy, resumió la risueña presentadora.
En fin, dejando de lado el mantra que se repetirá hasta la saciedad durante meses, acompañado de aquello otro de que las reglas de juego no se cambian en mitad del partido, la realidad quizá empuje a otras formaciones a apoyar la reforma hoy infamada. Hay muy pocas con capacidad probada de ganar elecciones municipales; prácticamente dos con relevancia en sus respectivos ámbitos, las nacionalistas CiU y PNV.
En ambos casos están sintiendo en el cogote el aliento de sus rivales siniestros, por la izquierda, ERC y BILDU. Estos últimos sí que formarán el núcleo opositor a la reforma porque piensan que así fuerzan a los burgueses a alianzas con el sello nacionalista para frenar el acceso al control municipal de socialistas o de populares. Trenzar ese tipo de coaliciones teñidas de guerracivilismo no parece que responda a los intereses reales de peneuvistas y convergentes.
La política hace extraños compañeros de cama, que dijo Churchill, repitió Fraga y puntualizó Marx con aquello de que “no es la política, sino el matrimonio”. Pese a lo revuelto de las circunstancias, o gracias a ellas –las cuentas de Pujol, la inspección de Montoro, el referéndum de Mas, la amenaza de Junqueras– , ¿por qué no va a terminar CiU apoyando una reforma electoral, balotaje incluido, que facilite a los más votados mayor libertad para regir los municipios donde aún podrían ser los más votados?…