Es lo que tienen los absolutistas. Hace exactamente doscientos años volvía Fernando VII de su secuestro francés. En su ausencia, dos años antes en Cádiz, se elaboró la primera Constitución liberal escrita en Europa, pero el rey felón decidió fumarse un puro con ella atendiendo al escrito de ochenta y tantos españoles disfrazados de persas y volvió a las esencias del antiguo régimen que en Francia había costado la cabeza a Luis XVI. Los absolutistas recibieron al personaje al grito de “vivan las caenas y el rey absoluto”, Y desengancharon las caballerías para ocupar su puesto en el tiro del carruaje real.
Visto desde ahora aquello parece cosa de tiempos pasados aunque la Historia, aquí y fuera, se ocupe ocasionalmente de revisitar situaciones similares. La masa gritando ante Franco en la plaza de Oriente, 1946, “Si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos”, y treinta años después, 1976, coreando en el mismo escenario aquello de “Franco resucita, España te necesita”.
La lucha contra las libertades tiene múltiples caras, tantas como puntos la rosa de los vientos que indicaban los puntos cardinales y rumbos en las antiguas cartas de navegación. Siempre tienen como norte el dogmatismo, y a partir de ahí aparecen liberticidas fascistas o comunistas, los de las guerras santas, bolivarianos, y demás modalidades de nacionalismos con afanes redentores.
Aquí acaba de manifestarse como tal un personajillo, europarlamentario de coleta y melifluo hablar, que en nombre del pueblo, como su admirado Chávez, pide el control público, o sea la censura, de los medios de comunicación. La eterna historia. Y pensar que se haya llevado más de un millón de votos en las recientes europeas… Nos ha nacido, por la izquierda, eso sí, una Le Pen; con menos fuerza pero con similar capacidad para ciscarse en el común de los españoles. En cualquier caso, caenas.
Tan chusca manifestación se ha producido en el mismo día, 3 de julio, que hace treinta y ocho años el Rey Juan Carlos encomendaba el gobierno del cambio a Adolfo Suárez. La democracia a secas, sin apellidos, ese sistema en el que gobiernan no los que chillan más sino quienes más votos tienen, con el tiempo puede acaba generando este tipo de subproductos. En todo caso, representan una alerta para restaurar los desconchones provocados por el paso de los años y, sobre todo, por la carencia de lealtad, dignidad, probidad y otras virtudes indispensables en la vida ciudadana.