En su primer discurso como secretario general del partido socialista, Pedro Sánchez comenzó animando a sus conmilitones: “digamos alto y claro que lo mejor que le ha pasado a España siempre ha venido de la mano de gobiernos socialistas”. Se lo iba marcando la pantalla transparente que tenía delante. Lo dijo y se quedó tan ancho.
¿Lo mejor? Se estaría refiriendo a la transición de la dictadura hasta la democracia, o tal vez al logro del consenso que hizo posible la Constitución. Y también, quizá, a los pactos de la Moncloa que evitaron en 1977 la quiebra del país, o al ajuste que en estos últimos dos años nos han salvado de la de 2012.
Pero, ay, nada de ello vino de la mano de gobiernos socialistas. Enardecer a la masa es lo obligado en circunstancias como la que ayer vivía el flamante mandamás socialista, pero nadie ha dicho que para ello haya que hacer el ridículo. Porque tener escrita y soltar una machada de ese porte hace al oyente, o lector, recordar automáticamente fastos como los del año 92, que cerramos con tres devaluaciones, o la guerra sucia contra el terrorismo, o el insensato Estatuto catalán que impulsó el último presidente socialista.
No, a lo que se refería es a “las grandes conquistas sociales” que citó: el aborto y el matrimonio gay, además de la ley de dependencia, la sanidad pública y la educación. De la sanidad pública cabe decir cualquier cosa menos que sea debida a un gobierno socialista; lo que hizo el de González en 1986 fue distribuir el sistema de salud del régimen anterior entre las comunidades autónomas. La ley vigente es de 2003, Aznar. Y de la educación… ahí está el éxito de nuestros sistemas educativos, todos ellos, estos sí, llegados de la mano de los sucesivos gobiernos socialistas.
Y qué decir de aquel otro momento cuando hablando de economía precisó: “nuestra apelación a la igualdad no es la economía de igualitarismo sino la del mérito y la movilidad social. La del compadreo se la dejamos a Aznar, Rajoy, Rato, Blesa y compañía”. Poco afortunado gag estando tan presente el caso del ex vicepresidente Narcis Serra, cuya gestión en la caja catalana acaba de costar a los españoles más de once mil millones. O el de aquel ex diputado socialista Hernández Moltó, bajo cuya presidencia se hundió la caja castellano manchega. O la mangancia sin parangón sobre la que se asienta el sitial de su mentora andaluza Díaz.
Pero no todo fue así; más allá de la demagogia propia de la situación el discurso contiene señales positivas; la principal, perfilar un partido ajeno al populismo y a la tentación de pelarse por los indignados; con voluntad de gobierno, lo que desde la banda izquierda significa socialdemócrata. Si así lo hacen el país se lo agradecerá. Y si olvida ese soniquete de compañeros y compañeras, también. Y del federalismo, ni te cuento. Y de aportar más que de derogar leyes, aún mejor. En fin, sólo fue el primer paso.