El de la abdicación del Rey ha sido uno de los secretos mejor guardados en nuestra historia reciente. Quizá por ser la decisión político-institucional más razonable; así lo entendieron quienes fueron hechos partícipes de ella.
Parece que el último percance sufrido en su cadera fue el la causa de que pusiera en cuestión aquella máxima de que los reyes se mueren con la corona puesta.
En el país se estaban abriendo viejas costuras que parecían definitivamente suturadas. Parecía llegada la hora de enfrentar las nuevas realidades con las miras puestas en un futuro del que difícilmente iba a disfrutar personalmente, y con las energías precisas para encauzarlo como hizo hace casi medio siglo para abrir la democracia. Por ahí pudo haber comenzado la abdicación hoy anunciada.
Para que el traspaso a la siguiente generación no pudiera ser atribuido a cualquier hecho concreto de la actualidad inmediata al momento de anunciarlo, el Jefe del Estado decidió comunicar su decisión a los dos partidos de gobierno. En ningún momento salió de estos indicio alguno, hecho infrecuente en la vida política.
Y para reforzar el carácter autónomo de la decisión, el Rey recuperó como pudo su ordinaria actividad como embajador, su viaje a Roma, y promotor de intereses españoles en países en desarrollo, como los árabes.
El momento elegido para el anuncio fue programado al margen de avatares como la implosión del partido socialista. Pasadas las elecciones europeas quedan aún muchos meses como para que el tema se convierta en eje de campañas. Las naturales protestas de comunistas y minorías radicales serán descontadas por el paso de los días y el peso de los hechos. El verano por delante facilitará el reposo de acontecimientos tan naturales como el traspaso generacional.
No es fácil la situación que lega al Príncipe de Asturias, pero tampoco fue fácil la que él afrontó en el invierno de 1975, cuando en el teatro de la Zarzuela próximo al Palacio de las Cortes se representaba la obra de Chapí “El rey que rabió” el mismo día en que Juan Carlos I juraba como Rey su lealtad a España. En aras de ese compromiso deposita hoy la Corona sobre los hombros del Príncipe de Asturias.
Nadie ha escrito que el oficio de moderador sea fácil en un país hirsuto como el nuestro e inconstante a la hora de cumplir sus propios propósitos. Pero su sucesor cuenta con todos los instrumentos de una democracia parlamentaria. A diferencia de la situación vivida hace cuarenta años, cerca de medio siglo ya, hoy ya están suficientemente rodados para resolver conflictos como si de cuestiones de ordinaria administración se tratara. Por dramáticos que se presenten, como la pretendida secesión de Cataluña.
Nada nuevo bajo el sol.