El Rey ha declinado sus poderes, la Corona permanece; esa es la virtualidad del sistema monárquico, un factor de estabilidad extraordinario.
La personalidad de Juan Carlos I, su talante y talento naturales, hace de su abdicación un punto y aparte en la Historia de España.
Alcanzado a ver los árboles por encima del bosque acordaríamos que su reinado ha tenido el carácter fundacional propio de los personajes que marcan la vida de sus naciones, gentes dotadas del sentido de la orientación y olfato necesarios para culminar la travesía después de haber fijado el rumbo adecuado para llegar a puerto.
El Rey comenzó a serlo en un Estado autocrático, cuya jefatura acumulaba todos los poderes en una sola mano. Pudo utilizarlos para desmontar aquel tinglado de la democracia orgánica pero su instinto le llevó a hacer el cambio desde ella misma; a recorrer el camino hasta la nueva legalidad desde aquel punto de partida, propósito que muchos consideraban imposible, suicida.
El objetivo fue cumplido y España dejó de ser políticamente diferente. Europa, la defensa occidental, alternancia de gobiernos, liberalizaciones, crecimiento y crisis; un país ejemplar para el mundo mientras duró el afán de superar la triste historia africanista de miseria y espadones prestos a salvarla. Una nación que conquistó la paz a golpe de urna, y el sentido histórico de su ser.
Con el paso del tiempo alguna de aquellos empeños se han marchitado; no todos los controles resultaron efectivos para impedir los hedores de la corrupción ni el monopolio que las cúpulas de los partidos ejercen sobre la representación ciudadana, como los nacionalismos revelan. Sólo es una prueba más de que la vida de los pueblos no está escrita, y también del compromiso que supone el ejercicio de las libertades.
Con su decisión de abdicar, Juan Carlos I ha vuelto a demostrar el alcance de su instinto para adecuarse a la realidad. Pasaron los tiempos en que los reyes, o los papas, tenían que morir con la corona o la tiara puestas. Y la realidad es que el papel que a la Corona corresponde en la Constitución española hoy puede ser mejor cumplido por el Príncipe de Asturias.
Es una historia ya vivida hace treinta y siete años cuando el Conde de Barcelona hizo lo propio cediendo el depósito de su legitimidad histórica sobre los hombros del entonces joven Rey ante el que se cuadró para exclamar: “Majestad, todo por España”.