El Rey Felipe demostró ayer que tiene la convicción de estar abriendo un nuevo capítulo en la Historia de España; que como nuevo Jefe del Estado encabeza un tiempo nuevo: “una monarquía renovada para un tiempo nuevo” repitió tres veces durante los veinticinco minutos de presentación.
Su discurso no era otra cosa que la exposición de un talante personal, de su modo de ver las cosas y hacia dónde piensa que deberían ser conducidas por quienes corresponde: la sociedad y sus representantes políticos. Porque en esa empresa él no tiene más poderes que el de representar a la nación y los de arbitrar y moderar el normal funcionamiento de las instituciones.
Por ello, lo que podría ser interpretado como un programa personal lo puso en boca de la nueva generación a que pertenece. “Los españoles y especialmente los hombres y mujeres de mi generación, Señorías, aspiramos…, queremos…”
En ese contexto, en el que el plural generacional se podía confundir con el uso mayestático de otros tiempos, concretó: “Y deseamos, en fin, una España en la que no se rompan nunca los puentes del entendimiento, que es uno de los principios inspiradores de nuestro espíritu constitucional”.
Desde esa esperanza, añadió solemnemente, “quiero reafirmar, como Rey, mi fe en la unidad de España, de la que la Corona es símbolo”. Para recordar que como Jefe del Estado él simboliza su unidad y permanencia.
Palabras mayores ambas, la unidad y permanencia del Estado, a las que dio todo el valor y contenido que ameritan: “En esa España, unida y diversa, basada en la igualdad de los españoles, en la solidaridad entre sus pueblos y en el respeto a la ley, cabemos todos; caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben las distintas formas de sentirse español. Porque los sentimientos, más aún en los tiempos de la construcción europea, no deben nunca enfrentar, dividir o excluir, sino comprender y respetar, convivir y compartir”.
Con la misma claridad utilizada sobre la unidad de la Nación manifestó también su pensamiento sobre otro problema no menos profundo, el de la falta de ejemplaridad en la vida pública, comenzando por la Corona que –dijo- debe “velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social”.
“Los ciudadanos –siguió- demandan con toda razón que los principios morales y éticos inspiren, y la ejemplaridad presida, nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia”.
La referencia a temas que le han sido cercanos, nuevas tecnologías, ciencia, investigación, medio ambiente, etc., y la potencialidad de España en las relaciones internacionales completaron una gran apertura de Reinado. El mensaje que habrá tranquilizado a la mayoría de la sociedad, visto que la Corona está en buenas manos.
Así lo ratificaron sus representantes con un prolongado y cálido aplauso final que dejó en evidencia las hechuras de algunos pocos como el señor Mas, incapaz de mostrar la cortesía obligada ni en el inicio de la sesión. Pobre imbécil.