El presidente del gobierno autónomo catalán amparado por la Constitución no ceja en su empeño de mimetizarse con don Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor, personaje nacido también en el Reino de Aragón y más conocido como el Papa Luna. Siglos catorce y quince.
Luna fue elegido Papa en concilio celebrado en Aviñón, donde muchos cardenales acabaron recalando por las crisis romanas. Tomó el nombre de Benedicto XIII pero pronto los franceses, mantenedores de la sede cismática, vieron que no les dispensaba favores suficientes y lo echaron manu militari de Aviñon. Tras breve paso por Nápoles se hizo fuerte en el antiguo castillo de los templarios de Peñíscola.
Poco le importó quedarse sin apoyos cardenalicios ni que un concilio en Roma acabara con el cisma eligiendo al reformador Martín V –concilios cada cinco años, concordatos con los reinos europeos, estatutos de la Universidad de Salamanca-; él siguió en lo suyo hasta su muerte en el castillo que siglos después sirvió de escenario a Samuel Bronston para filmar las últimas escenas de la película sobre el Cid Campeador. De su terquedad quedó para el refranero castellano aquello de “seguir en sus trece”. Lo de Artur Mas, vamos.
Este insólito personaje, gestualmente más próximo al matonismo que al papado, perdonaba ayer la vida a Felipe VI en su radio catalana declarándose partidario de darle “una oportunidad, dos, tres, las que hagan falta; pero no confiemos ciegamente en que por un cambio de rey se abrirán las puertas del paraíso. No seamos ingenuos”.
¡El paraíso! La Yanna con huríes entre ríos de agua, leche y miel, el valhalla donde las valquirias escancian cerveza, el shangri-la tibetano, el shanballa de los hindúes… La Free Catalonia de estos desenterradores de viejos mitos empeñados en reducir a sus conciudadanos a la categoría de provincianos.
Cómo llegar a su paraisín, que diría un asturiano, no debe de verlo tan claro cuando trata de explicarse cantinflescamente; vean si no.
Dijo estar dispuesto a que en la consulta del 9 de noviembre se pueda elegir entre varias papeletas si se diera una premisa “impensable, pero si el Estado despertara y de aquí a entonces hiciera una propuesta a Cataluña aparte de decir siempre que no, eso cambiaría el panorama”.
En ese supuesto, seguía, tendrían que definir una nueva estrategia, aunque sin renunciar a que la ciudadanía se pronuncie sobre la secesión. “Si el Estado hiciera una oferta se votarían las cosas. Esto es lo que siempre he defendido”, pero… “En ese nuevo escenario la consulta no debería aplazarse ni tampoco modificar la doble pregunta pactada”.
Resumiendo: si hiciera una propuesta ese Estado en que “la mayoría de la población de Cataluña ha de dejado de confiar” el panorama cambiaría, para cambiar nada, ni la fecha ni las preguntas. Un genio de dialéctico incapaz, por cierto, de conjugar el subjuntivo en las oraciones subordinadas. Cosas de la inmersión lingüística.