Vaya. Han venido a tener razón aquellos viejos del lugar que en los años setenta no se creían la conversión del PC; que el sí de aquel comité de Carrillo a la bandera, la monarquía y a la democracia parlamentaria sin más era pura simulación para meterse en el juego.
La mayoría de aquellos líderes pudo actuar en conciencia; algunos lo han demostrado sobradamente a lo largo de los años. Pero los actuales mandamases se han dado vuelta a la chaqueta no fuera a ser que los jóvenes chavistas les quitaran la silla. Lástima.
Tiene escrito mi amigo Leguina, don Joaquín, que una de las mejores apuestas hechas por el viejo comunismo español fue la reconciliación nacional, eso que ahora se dedican a desatornillar ellos mismos, quizá creyendo que por esa vía, la constitucional, no tienen ya más recorrido. La pregunta es por dónde podrían llegar a ser más de lo que son. O más crudamente: ¿necesitan que el sistema quiebre para volver a salvar la humanidad con sus viejas recetas?
Extraño viaje ese en el que buscan encontrarse con las variantes en que se corporeizan las diversas marginalidades del sistema; en unos casos, como efecto de la crisis económica y del sistema de bienestar, y en otros, consecuencia de la de valores.
Estos remedos de viejos revolucionarios que surgen por los extremos del mapa ideológico de la sociedad pueden ser flor de un día, como las modas. Son fenómenos anaeróbicos en los que el oxígeno que supone el pensamiento y la reflexión es suplantado por la suma de ocurrencias que las redes sociales ponen en circulación con la garantía que ofrece el anonimato.
No debería ser ese el caso de los comunistas. O tal vez sí; realmente pocos pensaban en 1989 que el muro de Berlín iba a desplomarse en una noche de diciembre y que en el Kremlin se arriara la bandera soviética para reponer la imperial rusa, la de los zares. Ocurrió en la Navidad dos años más tarde.
Las cosas pasan, y los partidos no son una excepción. El viaje en que se han embarcado los de Cayo Lara, Llamazares, Iglesias y compañía seguramente terminará llegando a ninguna parte. Los tiempos cambian y los nuevos vientos se llevan las hojas muertas. As time goes by…