Rosa Díez daba un mitin en la mañana de este sábado en una plaza de Madrid arropada por más periodistas que público deseoso de saber de dónde saca pa’ tanto como destaca, que decía el cuplé de La chica del 17. Seguirá sin comerse un rosco pero eso sí, desde que cambió la rosa por la pañoleta magenta, su nombre, con el de Cayo Lara, viene encabezando las encuestas sobre valoración de líderes. En fin…
El caso es que en el mitin, o conferencia de prensa quizá mejor, doña Rosa salió por el registro del bipartidismo que, ¡ay!, parece resistir los embates de sus recios discursos tratando de arañar a diestra y siniestra por ver qué puede caerle. Los suyos, y los de otros movidos por el cabreo de no ser atendidos como en otros tiempos.
Darle a los dos grandes partidos siempre está bien; siquiera sea para que despierten de su confortable estatus. Pero de ahí a propiciar los reinos de taifas también en el mapa de la representación política es lo más parecido al secesionismo de los nacionalistas.
Pretender un parlamento a la italiana puede estar bien para aquel país, acostumbrado a cosas tan extravagantes como albergar en su propia capital a otro Estado, el de la Santa Sede, o ser gobernado por Berlusconi. Aquí, el fraccionalismo político, ya se ensayó en los primeros años 30 del pasado siglo y la cosa salió fatal. Por eso los constituyentes algo pusieron de su parte, y había diez corrientes representadas, para propiciar la presencia futura de dos formaciones capaces de alternarse en el gobierno.
Es decir, un bipartidismo todo lo imperfecto que pudiera llegar a ser dado el individualismo hispano además de la existencia de fenómenos como el nacionalismo o el comunismo, pero capaz de aportar cierta estabilidad al futuro de la Nación. Los ejemplos, alemán, sueco, austriaco, británico, etc., eran y siguen siendo demasiado claros como para ser desatendidos.
Lo que se necesita no son derechas ni izquierdas, sino decencia, dijo la señora Díez quizá erigiéndose en paradigma de la decencia y dejando en el limbo en qué coordenadas se ubica su partido, o sea ella. Porque esa es otra. “Lo peor que puede tener un partido es ser un partido de alguien”, dijo recientemente Javier Nart, candidato de Ciudadanos que no comprende la negativa de Díez a unir sus fuerzas en estos comicios europeos; unos en Cataluña, la otra por el resto del país…
Nada que perturbe su liderazgo unipersonal e intransferible. Así nacen los fenómenos mediáticos… y así acaban muriendo. Aquello de la Biblia: “… y toda su gloria es como la flor del heno; secóse el heno y su flor se cayó”.