Granadino enraizado en Cataluña y residente en Madrid, todo un paradigma de lo español. Le conocí en los años setenta del pasado siglo, en su despacho de Barcelona. Poco después era elegido decano de su Facultad de Derecho y enseguida Rector de su Universidad. Un granadino irreductible, por su acento y por la ironía que destilaba. Y del rectorado de la Central de Barcelona el catedrático de Derecho Político pasó a las Cortes Constituyentes.
Figuraba en segundo lugar de la lista de UCD que encabezó el periodista Carlos Sentís. Apenas llegó a sentarse en las gradas del hemiciclo, fue directamente al banco azul del primer gobierno Suárez, como ministro de Trabajo. Puesto singular cuando el primer reto que había de afrontar aquel gobierno de la Transición era alcanzar unos acuerdos con las fuerzas políticas y sociales para ajustar la economía mientras se elaboraba la Constitución. Pasaron a la historia como modelo de concertación con el nombre de los Pactos de la Moncloa.
Del ministerio del Trabajo a la embajada de España ante la OIT, la primera agencia de Naciones Unidas donde se reúnen trabajadores, empleadores y gobiernos. Regresó a la cátedra de derecho constitucional, esta vez en la Universidad de Madrid. Los veranos, de vuelta a Cataluña, a su casa en la Ametlla del Vallés, cuyo ayuntamiento le declaró hijo adoptivo en 1993.
Dos años más tarde entró como magistrado en el Tribunal Constitucional, que presidió desde 2001 hasta el 2004. Y entre medias, en el 2003, el Ayuntamiento de la Ametlla, a instancias de CiU y del PSC, le retiró el título concedido diez años antes.
La historia de España comenzaba a escribirse en blanco y negro. Los nacionalistas no podían soportar que un granadino se tomara a chacota la cantinela de las historias y otros factores diferenciales entre comunidades, los socialistas les hicieron la ola y todos estallaron cuando un buen día el presidente del Constitucional pero ante todo granadino, comentó que “en el año 1000, cuando los andaluces teníamos decenas de surtidores de agua de sabores distintos y olores diversos, en algunas zonas de las llamadas comunidades históricas ni siquiera sabían lo que era asearse los fines de semana”. Fue el 21 de enero de 2003; seis días después era repudiado y eliminado su nombramiento del libro de honores del Ayuntamiento. Ejemplar. Cada cual demostró lo que llevaba dentro.
El mundo de la comunicación no estuvo ajeno al profesor Jiménez de Parga. Además de su intensa labor como articulista fue uno de los fundadores de lo que ha llegado a ser el grupo Antena 3, pero sobre todo, tuvo durante muchos años una presencia importante en los principales diarios nacionales y en las revistas de los años previos a la democracia, cuando el papel era el único medio de difusión de las ideas, no siempre exento de riesgos, por cierto.
Manolo Jiménez de Parga tuvo su otro yo en María Elisa Maseda una gallega de Mondoñedo madre de sus siete hijos, la escritora oculta bajo la firma Elisa Lamas, fallecida hace justamente dos años. Mujer de armas tomar, como demostró en el juicio a su cuñado el cura obrero Carlos Jiménez de Parga, acusado de cobijar en su parroquia a sindicalistas de las ilegales Comisiones Obreras. Al término de aquella vista, Elisa se plantó ante el tribunal: “Señor Presidente, ustedes pueden condenar a mi cuñado o absolverlo. Espero la sentencia. Pero lo que no aguanto ni un minuto más es quedarme parada ante esta mesa presidida por un crucifijo. Soy católica practicante y no tolero que un crucifijo se utilice en este tipo de juicios. ¡Así que me lo llevo!”. Naturalmente, se lo llevó corriendo.
Hoy reposan juntos los restos de estos dos españoles cabales en el madrileño cementerio de la Paz.