Curioso país, y más serio de lo que a muchos parece; sobre todo a los que nos miran desde arriba, o sea el Norte.
Resulta que España ha superado la media de participación en las elecciones europeas, y con más de 3 puntos de diferencia. ¿Dónde están el pasotismo, la siesta y la borrachera de fútbol vivida durante el fin de semana? También resulta que de este país no ha salido un solo escaño para la extrema derecha que florece en Francia, por ejemplo; ni tanto euroescéptico como en el Reino Unido. Y resumiendo por último, el gobierno español ha resistido los embates de las olas de descontento levantadas por recortes y no recortes, cosa que apenas han logrado el alemán y el italiano en el resto de Europa.
No somos del montón, pues, lo cual debería servir de contento; y las diferencias con el resto cabe anotarlas en el haber, son positivas. Pero tampoco estamos ajenos a los tiempos que vive la UE. Y ahí está la fragmentación partidaria, el crecimiento de movimientos reivindicativos y, consecuentemente, el decrecimiento registrado por los dos grandes partidos.
Un asunto del mayor interés reflejado por las urnas aquí es el avasallamiento sufrido en Cataluña por CiU a cargo de ERC y compañeros de viaje. El hecho de que estuviera cantado, como aquí se ha venido señalando, no deja de tener sus consecuencias aún no visibles porque los secesionistas republicanos ha adoptado la táctica empleada por regímenes como el chino, el soft power.
Uno de los acuñadores del concepto, el profesor de Harvard J. Nye, lo define como la habilidad para alcanzar metas más por la atracción que por la coerción. Es decir, la cooperación frente al palo y zanahoria propios del hard power otrora más usado. Y en su última obra, The Powers to Lead, viene a decir que mientras el poder blando de las personas está en las capacidades de su inteligencia emocional, en el caso de los Estados reside en las de sus políticas y cultura para generar simpatías y alejar temores.
Así se ha situado la China comunista en los países africanos productores de materias primas, la misma táctica que utiliza la república brasileña en el continente suramericano. Y ERC sobre los burgueses nacionalistas que acaudilla Mas con el aplauso complaciente de Durán. Escuchar al actual presidente de la Generalitat anoche que seguirá caminando hacia el abismo puesto que “conjuntamente” con sus socios son mayoría, es digno de lamento, o sea lamentable. Hay que haber perdido la visión, estar ciego, para no extraer dos lecturas bien lineales de los resultados de las urnas: primera, que los radicales ya le han comido por los pies; segunda, que la suma de los votos no nacionalistas en la propia Cataluña (PSOE, PP, C’s, UPYD, Vox) un 32%, es 11 puntos superior a los suyos. Acabará como el rosario de la aurora víctima de sus «conjuntos».
Y en cuanto a los dos grandes y sus sangrías respectivas, un apunte sobre el que seguir mañana: el bipartidismo, más necesario que nunca cuando el puzle se desarma, debería estudiar dos triunfos cosechados en sus respectivos campos. El de la presidenta andaluza, que pese a la pérdida en Almería, ha barrido a los populares, y el de la presidenta de Castilla-La Mancha, que ha hecho lo propio con los socialistas. Siendo la presidenta del impopular partido popular que gobierna la nación lo suyo tiene mucho mérito.
Dolores de Cospedal no ha dudado en llamar pan al pan, ni en recortar gastos de su administración como no lo ha hecho el gobierno central. Por su parte Susana Díaz no ha secundado la suicida política de su partido central de pelearse por los votos a su izquierda. Y así ganaron ambas, yendo por derecho.