Desde ahora hay algo que el PSOE no podrá hacer: presumir de longevidad. Sus ciento treinta años de vida están siendo jibarizados por una ejecutiva saliente victima del sindrome de Ménière, esa dolencia del oído interno que produce esa sensación de mareo llamada vértigo. En la noche del pasado domingo, al abrirse las urnas europeas la ejecutiva que ha venido dirigiendo Rubalcaba vio el vacío bajo sus pies. Comprobaron aterrados que la bronca, el aborto,el federalismo y demás hitos que han definido sus líneas estratégicas durante estos dos últimos años no bastaban para soportar su peso, por liviano que llegó a ser.
Pronto acudieron los jóvenes turcos que acampaban en torno al liderazgo del partido; unos desde la misma Ejecutiva y grupo parlamentario y otros a distancia, incluso desde Miami. Y todos se entregaron a la una última ocurrencia: la elección directa de los sucesores. Naturalmente la ocurrencia fue sugerida por los propios aspirantes a sucesores.
Adios la democracia representativa; las elecciones, directas. Los Estatutos no son garantía de nada, solo elementos retardatarios de la renovación, el gran valor, el único, la garantía del triunfo del mañana..
En esas están líderes regionales que gobernaron algunas comunidades, País Vasco y Extremadura, o los que nunca alcanzaron a hacerlo, Madrid, Castilla, Valencia, o Galicia. Pero resulta difícil de entender que en ello haya caído también el primer responsable del partido y exvicepresidente de un gobierno nacional.
Arrojar por la borda las garantías estatutarias, cambiar el reglamento de juego en mitad del partido, es un pésimo precedente para todo, incluso para la futura estabilidad de sus beneficiados. Rubalcaba, Valenciano y demás están pagando con sus idas y venidas, propuestas y rectificaciones, su primer error: no haber dimitido para dar paso al Congreso Extraordinario, como los propios Estatutos establecen. Empezaron vulnerándolos y asi terminan, dando bandazos a uno y otro lado mientras caen al vacío víctimas del síndrome de Ménière. El vértigo.