Las provocaciones del presidente de la comunidad catalana rayan en lo ridículo. Convendría establecer unas pruebas de selectividad para los políticos aspirantes a determinados cargos. En las presidencias regionales, de las autonomías, vamos, deberían ser de obligado cumplimiento para evitar dislocaciones como las que protagoniza el de Cataluña.
Porque tener un presidente incapaz de la cortesía de recibir al del Gobierno de la Nación, a cualquier vecino de una comunidad, sea autónoma o simplemente de propietarios, debería de sentarle como los viejos sinapismos.
Aquello de las cataplasmas de lino con polvos de mostaza, bien calentitas para descongestionar los bronquios aliviar no sé si aliviarían pero fastidiar, hasta el sufrimiento. Luego llegó la modernidad en tarros de vicks vapo rub, y la cosa se hizo más llevadera. Incluso causó adicción en algunos; como la paranoia nacionalista que llegó el fin de semana último ha empujar a una señora ya entrada en décadas a propiciar un bofetón a un político mientras lo imprecaba: ¡hijo de puta! El político era el socialista Navarro. Días antes, el popular Fernández hubo de aguantar de otra fulana, o la misma, aún más epítetos: ¡hijo puta, fascista, cabrón!
Cuando una sociedad llega a estos niveles de agresividad, o la causa se corta de un tajo, aquello del nudo gordiano, o sus efectos pueden potenciarse sin límite previsible. ¿Hay alguien dispuesto, hoy y aquí, a emular a Alejandro el Magno cuando se enfrentó al nudo con que Gordías dejó su yugo y lanza atados al carro que depositó en el templo de Zeus, en Frigia?
El reto del macedonio no era tan diferente del que hoy tienen ante sus narices los políticos de este país. Alejandro no se anduvo con miramientos; es decir, no perdió demasiado tiempo en desentrañar los enrevesados hilos del atadijo. Simplemente, de un tajo cortó aquel nudo y siguió camino de la conquista persa, dejando dicho aquello de “tanto monta desatar que cortar”.
La historia no nos ajena. Si los cretinos que juegan a inventarse la Historia, dividir a sus vecinos, escribir constituciones y demás pasatiempos que tan caros están saliendo, supieran cómo fueron realmente las cosas, podrían tomar cuenta de las armas que se dio precisamente el último Rey de Aragón, Fernando II, el mismo Fernando V de Castilla, el Rey Católico. Un yugo con las cuerdas cortadas separado de un haz de flechas y entremedias la leyenda “tanto monta”. En lenguaje paladino: el desafío es resolver.
Si no lo cortan alguien acabará haciéndolo por ellos. Y ojala sea antes de que acaben ahogados el nudo que trenzaron y no saben cómo resolver. De un tajo, señores, que el lío en que se han metido no se deshace solo; no es como la sardana, “la danza más bella de todas las danzas que se hacen y se deshacen…».
Y por cierto, lo del yugo y las flechas no es de Franco, como demasiadas autoridades (¿?) tan ágrafas como estultas creen o quieren hacer creer.