El coñazo catalán

Antes y después de 1786

Gallardetes de la Armada, antes y después de 1786

No les basta con falsificar la historia, han llegado hasta repintarla, como Stalin hacía con las fotografías de las que mandaba borrar al camarada caído en desgracia. Lo de las banderas de los buques austrohúngaros en el puerto de Barcelona maquilladas de rojo y gualda –“España bombardea Cataluña”- muestra los confines de la estupidez humana.

Como si la llamada guerra de Sucesión no hubiera sido una confrontación internacional dirimida en nuestro suelo entre el viejo imperio centroeuropeo de los austrias y el flamante francés de los borbones. Pero quia; a quienes son capaces de publicar que Cervantes escribió su Don Quijote en catalán porque de allí era, qué les importa convertir la Sucesión en Secesión; total, cosa de cambiar una letra; como los colores de las banderas en una vieja estampa naval. Lástima que faltara más de medio siglo para que la Armada luciera la bandera roja y gualda; lástima que no fueran españoles los buques, lástima que nada tenga que ver lo que cuentan con la realidad.

Si los cretinos que la Generalitat, el Estado en Cataluña, paga para inventar la historia atendieran a los hechos y datos de cómo fueron las cosas, habrían dado con este Decreto de Carlos III, 1785:

«Para evitar los inconvenientes y perjuicios que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la bandera nacional de que usa Mi Armada Naval y demás Embarcaciones Españolas, equivocándose a largas distancias ó con vientos calmosos con la de otras Naciones, he resuelto que en adelante usen mis Buques de guerra de Bandera dividida a lo largo en tres listas, de las cuales la alta y la baja sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total, y la de enmedio, amarilla, colocándose en ésta el Escudo de mis Reales Armas… Y que las demás Embarcaciones usen, sin Escudo, los mismos colores…  No podrá usarse de otros Pabellones en los Mares del Norte por lo respectivo a Europa hasta el paralelo de Tenerife en el Oceáno, y en el Mediterráneo desde el primero de año de mil setecientos ochenta y seis; en la América Septentrional desde principio de julio siguiente; y en los demás Mares desde primero del año mil setecientos ochenta y siete. Tendréislo entendido para su cumplimiento.
Señalado de mano de S.M. en Aranjuez, a veinte y ocho de Mayo de mil setecientos ochenta y cinco.
»

Y sin demasiados esfuerzos por su parte habrían llegado a conocer que a mediados de aquel siglo, el XVIII, nuestras banderas, como las de Francia, Nápoles, y otros territorios gobernados por borbones eran blancas; la española adornada frecuentemente con la cruz de San Andrés, asumida posteriormente por los carlistas y los nacionalistas vascos en su ikurriña. Como también era blanco el pabellón la marina de guerra británica, ilustrado en su ángulo superior izquierdo con la Unión Jack.

Para evitar confusiones, Carlos III convocó en 1785 un concurso de diseño para dotar a la Armada española con una nueva enseña, porque “… en achaques guerreros, en los que avistados los barcos o las escuadras, carecían de medio tan adecuado para reconocerse amigos o enemigos como es la bandera, pues dicho se está que casi todas eran idénticas y poco se diferenciaban unas de otras a la distancia que el cañón debiera comenzar a intervenir.” Y de ahí, de entre los doce diseños presentados, el rey ilustrado escogió los colores de la actual, indicando que el ancho del amarillo central habría de doblar al de las franjas rojas.

Las cosas, como fueron; y como son. Lo demás, cuentos de calleja. Ayer Rajoy pidió imaginación a los secesionistas catalanes para salir del lío en que se han metido: “Les corresponde a ustedes decir ahora qué quieren que hagamos. ¿Le pide al presidente del Gobierno que se salte la voluntad de las Cortes, la soberanía nacional y las sentencias del Constitucional? Eso no puedo. Por tanto, imaginación, señor Cleries”.

Confiemos en que esa facultad para alumbrar nuevas ideas solicitada por el presidente la dediquen a cosas de mayor provecho y utilidad, y dejen de darnos la tabarra, el coñazo, con tanta monserga.

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