Demasiados síntomas anuncian una crisis de consecuencias desconocidas. La politización de la justicia está propiciando situaciones grotescas, en las que magistrados de la Audiencia Nacional y miembros de la Fiscalía, por ejemplo, pugnan por ver quién cobra mayor protagonismo público.
Para ello, nada como actuar contra las leyes o los cuerpos de seguridad y seguir la corriente de la demagogia barata. ¿Qué demonios es la Audiencia Nacional para contrariar la soberanía nacional expresada en una ley?
Las organizaciones sindicales disfrazan sus identidades bajo columnas que llaman de dignidad y cosas parecidas. Ocurrencias para distraer la atención pública de su corrupción y someter a presión a las instituciones democráticas.
Visto que no tiene cosa mejor que hacer, la izquierda multicolor les secunda y renuncia a su papel representativo de una parte de la sociedad para presentarse como redentora, leninismo tardío. Y lleva hasta el ágora de la soberanía nacional a un magistrado prevaricador como si de pitonisa del oráculo de Delfos se tratara. Mas, ay, la sibila encerrada en aquel templo había de tener acreditadas vida y costumbres irreprochables, lo que no concurre en un condenado por el Tribunal Supremo.
La otra izquierda, la socialista, se ha transmutado. No está para nada que no sea salvar una memoria que ellos mismos dilapidan a diario. Convertida en pura referencia posicional, es la izquierda porque no es la derecha, ha terminado perdiendo hasta la bandera. ¿No tendrán sus actuales dirigentes nada mejor para llevar a Europa que una mera apparatchik?
Por la derecha voces han surgido, voxes, dispuestas a poner también su grano de arena en el carajal nacional. Se sienten preteridos y no pretenden más que castigar a los suyos. Ni saben ni pueden defender sus posiciones frente a los que ahora dictan las normas y arman candidaturas como ellos lo hacían hasta ahora. No necesitan manifestaciones callejeras; para hacerse oír tienen a sus animadores radiofónicos y alguna tertulia televisiva.
Y por si algo faltara, el coñazo catalán de Mas, los Pujol y cía. cuyos cantos de sirena agitan su charca ante la abulia de una sociedad temerosa de que el final de las subvenciones que la mantienen adormecida le provoque un síndrome de abstinencia para el que no está preparada.
Todos ellos, ciegos ante los intereses generales de los españoles, parecen empeñados en volver a las andadas, marcha atrás, flash-back, vuelta a la crisis. El paro les importa un pimiento, como la educación, las pensiones, la seguridad, el progreso, la igualdad de oportunidades y los principios que sustentan la convivencia de los hombres libres.
¿No es hora ya de tomarse las cosas en serio?