Si pasado el Cabo de Hornos el Gobierno enfilara el futuro con la vista puesta más allá de sus propias narices, y las de la oposición, abordaría seriamente las cuentas públicas del país. Sobre la mesa le han dejado un excelente estudio para acometer la reforma fiscal. Y el diseño de una administración a la medida de nuestras necesidades debería estar listo para podar tanta rama seca que sigue chupando savia como si esto fuera Jauja. Dos años han tenido para marcarlas.
Son cuestiones urgentes para terminar de salir de donde nos metimos y volver a empezar. La experiencia sufrida quizá sea el mejor aliado para construir ahora sobre tierra más firme. Esta es otra cuestión de Estado.
Un futuro mejor pasa porque todos los españoles puedan ganárselo con su trabajo. No todo es Cataluña y sus secesionistas; ni Navarra, ni los etarras; ni los asaltadores de las fronteras africanas; ni la corrupción acumulada durante años de complicidades compartidas.
Además de todo ello y para salvaguardar las esperanzas en ese futuro mejor, el Estado tiene que funcionar con la eficiencia propia de nuestro tiempo; es decir, con la eficiencia precisa cuando los recursos son escasos para responder a las demandas ciudadanas.
Ojala este gobierno sea consciente de que está predestinado a hacer lo que hay que hacer; le ha tocado. Así atendió la situación de emergencia económica –o sea, vital- por encima de intereses partidarios de corto plazo, llegando a ciscarse no sólo en promesas electorales sino en sus propios principios ideológicos. Y también la educacional, aunque en este caso, como en otros, con una insuperable carencia de reflejos políticos.
Ahora no puede ignorar la política si quiere sacar adelante la gran reforma de ingresos y gastos públicos, dos pilares del futuro. Oposición va a tenerla desde todos los lados, fuego amigo incluido. Apoyos, sólo uno: la confianza en sí mismo para alcanzar su propósito. Jugarlo bien significará que la mayoría acabará haciendo suya su razón.
Para dirigir las modificaciones necesarias necesitamos políticos de confianza; y para ello un nuevo sistema electoral que deje atrás las listas de los partidos y permita elegir personas por sus méritos. Entre todos podemos.