Hasta los menos ilustrados venían temiéndose desde que comenzó el año que la primavera vendría caldeada por los vándalos. La primavera ha llegado y, efectivamente, hordas de encapuchados siembran el terror por donde se les antoja. Gritan contra la monarquía como podrían hacerlo contra el PIB. Cargarse policías, romper oficinas bancarias, destrozar el mobiliario urbano y quemar aquí un contenedor y allá un coche no tiene otra finalidad que esa: paralizar el país y joder al personal.
Visto lo que estamos viendo, una pregunta ¿dónde están los servicios de inteligencia del Estado?
No parece verosímil que sobre tan sensible función se hayan cebado los recortes presupuestarios que ya deberían haberse plasmado en ministerios sin funciones y ayuntamientos sin ciudadanos. Pero así lo parece, a juzgar por su aparente ineficiencia.
Como todo país que se precie, nuestra Comunidad de Inteligencia, el Servicio Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia que asiste al director del Centro Nacional de Inteligencia, cubre varios frentes. El exterior está a cargo del propio CNI y de la CIFAS, la inteligencia militar; y el interior está servido por la CGI, la Comisaría General de Información de la D.G. de la Policía, y la SIGC de de Guardia civil.
Este último ha estado fundamentalmente volcado en el seguimiento del terrorismo etarra y grapo, pero tienen una tercera unidad para lo que fuera preciso, como preciso parece ocuparse de lo que nos está pasando.
Pero es desde la CGI donde debería estar controlándose el mundo de los movimientos antisistema. La captación, recepción, tratamiento y desarrollo de la información de interés para el orden y la seguridad pública fue la función que le encomendó el primer gobierno Suárez al crearla en octubre de 1976, dos meses antes de la Ley para la Reforma Política que abrió el camino de la transición. ¿Están realmente a lo que hoy deben estar?
Y, naturalmente, el CNI, la cabecera operativa de la Comunidad de Inteligencia. Para apostar a que el Barça ganará la liga a golpe de penaltis no es preciso infiltrar agentes camuflados de jueces de línea; ayudar a meter un gol a Mesi ya lo hacen los árbitros del escalafón. Pero prevenir los saltos de esta suerte de montoneros salvajes, despojarles del pasamontañas y, sobre todo, alertar a los mandos por dónde la policía va a ser asaltada requiere un trabajo cuyos resultados no están a la vista. Al menos, por el momento. Y no es cuestión baladí.
La solidez del sistema está garantizada mientras sus instituciones se sientan sujetos de él y responsables de su funcionamiento. No está ocurriendo en partidos y sindicatos convocantes de marchas solidarias que abren paso a los desmanes; ni en los que, como Valenciano, se escudan en el luto oficial de hace una semana para no condenar aquellos atentados a la democracia que asolaron derechos y bienes en Madrid o Barcelona; ni en los que, como Toxo, inducen a pensar que los terroristas callejeros actúan por cuenta del poder para eclipsar el éxito de las protestas ciudadanas; ni en tantos otros.
Por ello es importante la inteligencia y sus servicios. Depende del Gobierno.