Vamos a parar todas sus leyes de reforma, ha venido a decir este fin de semana Rubalcaba en San Sebastián contraprogramando la convención de Rajoy en Valladolid. Y no pasa nada.
Es decir, nadie se echa las manos a la cabeza. El partido hasta ahora alternativa de gobierno se pasa por el arco del triunfo las leyes que la soberanía popular aprueba. Y lo mismo monta mareas verdes o blancas y un tren del aborto –¡viva la vida!- como moviliza sus huestes sindicales contra la mejora de la Educación, por poner ejemplos recientes. ¿Hasta cuándo esta forma de hacer política?
Realmente de política no tiene nada si, con Aristóteles, seguimos entendiéndola como parte de la ética aplicada a la ordenación de la vida en sociedad. Y no parece que haya ni una briza de sentido de la ética en cargarse la democracia representativa, este sistema en que vivimos los ciudadanos libres, decantado durante siglos de Historia para organizar la convivencia.
Paradójica modalidad de oposición. Uno de los anclajes filosóficos de este afán de cargarse las leyes puede rastrearse hasta Tomás de Aquino, quien allá por el siglo XIII mantenía que hay leyes que no obligan en conciencia. Pero, claro, se refería a las contrarias a la ley natural o las dictadas contra el bien común.
Rubalcaba se refiere a otra cosa: pérdida de derechos. Para estos progres de la nada ¿será de ley natural el derecho de la mujer al aborto, o como algunas bromean “quitarse la barriga”? Quizá también piensen que mejorar la educación, promover la cultura del esfuerzo y premiar el mérito atenten contra el bien común de nuestra sociedad. ¿Pérdida de derechos?
Lástima que la socialdemocracia haya llegado a estos extremos. Un partido que va de tumbo en tumbo tratando de apañar votos no cumple el papel que la Constitución le reconoce, y que le hace acreedor a las atenciones que del Estado recibe; es decir, de los contribuyentes. Ojala llegue pronto el día, con primarias o sin ellas, en que un militante alerte en alta voz que los votos no se escurren tanto por la izquierda como por su incapacidad para vertebrar un discurso, un programa, un horizonte común para todos los españoles.
Con permiso, democracia por favor.