Dice la RAE que exageración es “concepto, hecho o cosa que traspasa los límites de lo justo, verdadero o razonable”. Y mentira, la “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa”. De ambas está cuajada la política y el actuar de sus intérpretes.
Dos ejemplos. A propósito de la presentación por parte del Grupo Popular de una reforma de la Ley de Jurisdicción Universal escribía hace un par de días la fiscal de la Audiencia Nacional Dolores Delgado que “ha suscitado uno de los debates más intensos de los últimos tiempos en la sociedad española”.
Leerlo me produjo la extraña sensación de no estar viviendo en el país en que tantos años llevo haciéndolo. Uno de los debates más intensos de los últimos tiempos y yo sin enterarme apenas ¿será posible? Máxime cuando, según cuenta a continuación la autora del artículo “Principio de incertidumbre”, organizaciones de víctimas, juristas nacionales e internacionales e incluso un relator de la ONU, en fin, todo el mundo ha puesto el grito en el cielo.
Sin entrar en el fondo del asunto, ¿tan intenso ha sido el debate en nuestra sociedad? Habrá que estar atentos a la próxima oleada del CIS para comprobar si la preocupación ciudadana por la jurisdicción universal ha sobrepasado los niveles que vienen ocupando el paro, la corrupción, incluso la propia lentitud en la administración de Justicia aquí mismo… Así debe de creerlo esta estrecha colaboradora de Garzón, empeñada años atrás en empapelar a Gadafi.
El segundo. Sobre la misma cuestión otro fiscal, este del Supremo, Carlos Castresana, expresidente de la Unión Progresista de Fiscales, escribe bajo el título “El malestar de la impunidad”, “Las relaciones económicas entre España, Argentina y Chile no se resintieron jamás por las órdenes de captura que nuestros tribunales emitieron contra los militares de aquellos países”.
Cierto es que el señor fiscal que inició el procedimiento contra Pinochet denunciándolo ante la AN no tendría por qué conocer hasta qué punto tales relaciones pudieron o no resentirse en las situaciones citadas; precisamente por ello debería comportarse con mayor cautela. Manifestarse con tal rotundidad -¡ese “jamás”!- es sumamente peligroso. No mentirá, porque él dice lo que cree –no lo que sabe, porque no sabe-, pero objetivamente la afirmación es incierta, falsa.
El 10 de octubre de 1998 Garzón dictó orden de captura de Pinochet aprovechando la estancia de éste en Londres. Seis días más tarde, el gobierno laborista británico lo pone bajo arresto en una clínica. Y en el Reino Unido permanece hasta que año y medio después, el 3 de marzo del 2000, el gobierno laborista lo devuelve a Chile.
Noviembre de 1999. Con Pinochet detenido en Londres a instancias del juez español, y faltando mes y medio para la segunda vuelta de una elección presidencial que se presumía apurada para la Concertación de partidos que llevaba diez años gobernando el país, el ministro de Hacienda chileno, en su despacho, conminó a dos españoles a desistir de una importante operación financiera, y con carácter de urgencia: “Antes de que Frei deje la presidencia esto ha de quedar resuelto”…
Claro que se resintieron las relaciones económicas y las políticas y hasta las personales. Luego las cosas duran lo que duran, pero así fue. La realidad no suele ser como se pinta. Si, además, se exagera o desfigura…