Titulaba hoy un medio que Rajoy recibe un nuevo varapalo al no acudir Aznar a la convención pepera en Valladolid. Vengan todas las semanas varapalos como ese, quizá haya dicho el actual presidente popular ante el desplante de su predecesor, harto de sentir tantas chinas en sus zapatos.
Gentes hay en la derecha que no acaban de entender que un partido de gobierno no puede reducir su papel al de portavoz de las víctimas del terrorismo, defensor de las tesis de la conferencia episcopal o de los objetores fiscales. Resulta insólito que la defección de connotados representantes de las corrientes más tradicionalistas del PP sea explotada como escándalo y pérdida de identidad de un partido votado por once millones de españoles, algo mucho más amplio que la derecha nacional.
Y más que escandaloso resulta ridículo que el mismísimo presidente de honor de esa formación trate de marcar distancias con… nadie sabe qué. Aquel “tomo nota” con que comentó la ausencia de miembros del gabinete en la presentación de su último libro podría ser la clave de su espantada. Falta de seriedad o de compromiso en todo caso. ¿Se imagina el personaje a su predecesor, aquel Fraga tronante en tantas ocasiones, haciendo algo semejante cuando él presidía partido y Gobierno?
El país está sumido en un socavón en el que lo económico ya no es lo más grave; las grandes carencias se manifiestan ahora en la pérdida de valores, ética, patriotismo. Pocos están libres de haber tirado la primera piedra. El lamentable espectáculo que están produciendo los socialistas de Rubalcaba y sus canéforas edecanes no va mucho más allá del que veinte años atrás protagonizó el mismo Aznar, quien tampoco tuvo que echarle mucha imaginación para descender hasta el nivel que marcaron González y Guerra dos años después de aprobar la Constitución.
En los últimos tiempos los españoles venimos asistiendo a lo peor de la política. Dejando a un lado al Gobierno, que bastante tiene con sus torpezas, está por descubrir al mortal que piense y muestre algún interés por los intereses generales del país. La incapacidad de quienes dirigen la función para empastar criterios y voluntades es notoria incluso entre los suyos; en una y otra banda. Cuando los primeros actores no se saben su papel, poco cabe esperar de quienes han de darles la réplica. Y si unos ni otros son capaces de hilvanar cuatro frases seguidas los figurantes hacen de su capa un sayo y el drama comienza a tornarse en tragedia. Es lo que pasa.
Señores, ya está bien; el contribuyente merece respeto.