Deslumbrado por el mitin que Joaquín Costa dio en Madrid hace siglo y pico, recién perdida la guerra de Cuba, bajo el título “Si debe renovarse y cómo el personal de la política española, quiénes deben gobernar después de la catástrofe nacional”, el director de El Mundo lanzaba en su última carta dominical la propuesta de una mayoría parlamentaria liderada por Rosa Díez. Palabra.
Mayoría para poner en práctica los anhelos regeneracionistas del León de Graus; mayoría a la que debería sumar al catalán Albert Rivera; mayoría para refundar la democracia nacional, dice, como Suárez hizo hace treinta y seis años. Tal cual
Y como para cimentar el ensueño, no duda en dibujar un cuadro de semejanzas entre el autor de la Transición y la lideresa magenta, a la que recomienda acoger en su seno al líder de C’s dejando atrás reticencias como las que “reconcomían”, dice también, al creador de UCD frente a los políticos que accedieron al poder gracias a la unificación de sus pequeños partidos en el invento centrista.
Que alguien avalado por clamorosas fallas proféticas –caso de su apoyo a la operación reformista que en las elecciones del 1984 no consiguió ni un escaño- pronostique que “está claro que Rosa Díez va a suceder a Suárez en esa galería de dirigentes que, con gran mérito y coraje, trataron de abrir camino a una Tercera España…” es lo peor que podría caerle a la antigua candidata a la secretaría general del partido socialista. No la salva ni Costa, ni Ortega, ni Vargas Llosa o Savater.
Seriedad, por favor. O pudor, un poco de pudor. Mezclar la España actual con la de entre siglos que vivió el Costa de “escuela, despensa y doble llave al sepulcro del Cid”, lastrada por guerras sin fin, desde la napoleónica hasta las coloniales pasando por las carlistas, que desembocó años más tarde en la gran contienda civil del siglo XX, es retórico. Y confundir a Adolfo Suárez con Rosa Díez, un exabrupto.