El presidente del Gobierno hizo recuento de su año. Volcado como está en sacar de la crisis la economía del país, el resto de los asuntos, las otras crisis de carácter social e institucional, fue eludido con el esplín que le caracteriza.
Ser Rajoy, o ser como Rajoy, tiene sus puntos favorables para algunos casos y situaciones, y también desfavorables en casi todos las demás. Al observador imparcial no le costará aceptar que la frialdad, el distanciamiento, son condiciones necesarias para enfrentar situaciones explosivas, como el desafuero de Mas; el calor con frío se amortigua. Por ello le ha ido bastante bien aplicando esa técnica de entomólogo al tratamiento de la bancarrota en que el país se sumía tras el desastre de sus predecesores. Esa labor callada de recortar algunas extremidades sin que por ello el bicho deje de andar, requiere una minuciosidad poco frecuente en el mundo de los políticos.
El político al uso es más dado a la improvisación que al análisis paciente, a las alharacas que al discreto uso de las palancas del poder. Rajoy no es de aquellos; es una rara excepción fruto quizá de dos ingredientes tan poco comunes en esa especie como la timidez y el sentido de vergüenza ajena.
Todo ello le ha reportado ciertos éxitos en el saneamiento económico que viene ocupando su atención, pero en la opinión pública se ha instalado un distanciamiento difícil de recomponer porque la economía no lo es todo. El gobierno de una democracia es mucho más complejo que un ejercicio de oposiciones; requiere la inteligencia emocional necesaria para generar la empatía capaz de poner en común los objetivos propuestos por el gobernante.
En un sistema en el que el poder está contrapesado por la presión social, las oposiciones parlamentarias, los medios de comunicación y otros agentes sociales, el éxito del dirigente político comienza por su capacidad de comunicación con el conjunto de la sociedad. Más allá del apoyo que pueda sentir de los votantes que le dieron el poder.
Los votos no suelen ser gratuitos y acaban yendo a las ofertas más atractivas, seguras, o simplemente más confiables, como la de Rajoy lo era ahora hace dos años. Recuperar esa confianza no será cosa fácil; son demasiadas las heridas causadas por la crisis y las magulladuras fruto de torpezas incurridas, sin olvidar la confusión producida por la demagogia de quienes buscan un puesto al sol del poder.
¿Está a tiempo Rajoy de revertir la situación? Fiar su futuro, y el de su partido, al éxito económico, a la salida de la crisis, a crear un millón de empleos, sería un error. Entre otras cosas porque las circunstancias exteriores también mandan lo suyo, porque no todo se mide en euros, y porque Churchill perdió las elecciones tras ganar la segunda guerra mundial.
Muy buenos días, mi querido Federico.
Lo de Rajoy me da igual, pero aprovecho esta via truculenta para echarte un abrazo. También, para pedirle a los reyes que me invites a comer. Y ante todo desearte PAZ y BIEN para este 2014 al que no es posible ponerle cara.