Ardua labor la de los dos grandes partidos nacionales frente a una clase política catalana engolfada en un problema sin solución. La escalada de tensión en que se ha embarcado el presidente de la primera institución del Estado en Cataluña cierra las puertas a cualquier tratamiento sereno de la cuestión. Seguramente es lo que persigue, acosada su retaguardia por los independentistas de verdad que son quienes realmente se están llevando el gato al agua.
Poco análisis sereno cabe acerca de un objetivo, la independencia, levantado sobre un cúmulo de emociones suscitadas por un imaginario colectivo esculpido a golpe de mito. En el mundo de la complejidad, renunciar a la realidad, al conocimiento del dato preciso, constituye un atentado a la inteligencia, la personal y la colectiva.
En la senda por la que Mas va cubriendo los tiempos de su compromiso con los radicales republicanos no tiene cabida diálogo alguno con el presidente del Gobierno; su apelación a una entrevista constituye un mero trámite formal para echar sobre las espaldas del otro la responsabilidad de la ruptura. Le delata su deseo de celebrarla reservadamente, ocasión propicia para seguir fabulando la realidad.
Puestos a dialogar, el escenario idóneo es el Congreso, y el modo, con luz y taquígrafos; o el Senado, teórica cámara de representación territorial que podría ser más propia para el presidente de una autonomía.
En cualquier caso, donde la soberanía nacional está directamente representada. A estas alturas ya no caben subterfugios.
Cuánta razón la de aquel refrán, dime de qué presumes y te diré de qué careces. El presidente de la Generalitat y sus voceros tachan de antidemócratas a Rajoy y cuantos defienden la ley, a quienes se oponen al derecho a decidir de quienes no tienen tal derecho, antidemócratas a cuantos defienden la igualdad de derechos y obligaciones entre todos los españoles. Ellos son los demócratas, el Mas que no quiere enfrentarse a una votación que tiene perdida en cualquiera de las Cámaras, el Más que socava desde dentro la institución que le da todo el poder de que dispone. ¿Demócrata el Mas que se cisca en las leyes, una a una?
Las circunstancias han propiciado la entrada en vías de los dos grandes partidos nacionales. No podía ser de otra manera. El que gobierna, lastrado por los costes de un ajuste sin parangón en la crisis europea y carente de la inteligencia emocional precisa para generar empatía, vital en momentos críticos. El de la voz cantante de la oposición, en plena travesía del desierto, incapaz aún de ofrecer algo parecido a una alternativa y con una profunda crisis de identidad en su sucursal catalana.
Parece como si el primero jugara el papel del poli malo mientras el segundo mantiene con el federalismo un guiño a los secesionistas. Sea como fuere, con reparto de roles o no, uno y otro deben hablar hasta la extenuación. Más que con Mas, con el pueblo español; cada uno a su parroquia y con su propio libro de estilo, pero anclados ambos en la roca del espíritu constitucional. Y conscientes, como lo están, de que la sed de los nacionalismos es insaciable y cada cesión, un peldaño más hacia las nubes… o el vacío.