Viene de lejos, pero no como lo cuentan los historiadores falsarios que han sembrado Barcelona de memeces esta semana. Su cabecilla llega a decir que el proteccionismo que durante más de dos siglos alimentó a la industria catalana fue para liberarla del imperialismo castellano y andaluz. Pedazo de historiador, y de sinvergüenzas los Homs y demás gerifaltes organizadores que viven de los impuestos de castellanos, andaluces, cántabros, gallegos, etc.; es decir, del resto de los españoles que seguimos sufragando año tras año sus despilfarros.
Tienen una enfermiza pulsión a lamerse las llagas de una derrota que nunca fue con ellos, lo de la guerra de sucesión, principios del XVIII. Aquello, la última resistencia de los integrantes de la Alianza de La Haya (Inglaterra, el imperio austrohúngaro, Portugal y Saboya) frente Francia, el archiduque Carlos de Austria frente al nieto de Luis XIV Felipe de Anjou, les cayó encima como pudo haberles tocado en desgracia a los valencianos o a los de Aragón.
Que no fue una guerra civil es posible que lo haya aprendido hasta el expresidente Zapatero durante sus tardes de ocio en el Consejo de Estado. Mientras presidían la Generalitat, los de Pujol y los socialistas Maragall y Montilla, pusieron buen cuidado en reescribir la Historia de los planes escolares no fuera a ser que sus hijos les metieran en un brete con incómodas preguntas sobre el ser catalán.
Y así hoy, abonado el terreno y escardado de toda raíz veraz, Mas consideró llegado el momento de dar el salto ante la estupefacción del común de los españoles. El último pretexto es bien reciente, la sentencia del Constitucional que corrigió alguno de los excesos patrioteros del Estatuto refrendado por poco más de un tercio de los catalanes ante la estólida connivencia del gobierno Zapatero. Entre éste, hoy convertido en vendedor de memorias, y el de González, al suprimir hace veinte años el recurso previo de inconstitucionalidad que podría haber evitado aquel referéndum de junio de 2006, los socialistas han hecho un pan como unas tortas.
Rubalcaba dice ahora que estará donde hay que estar. Ojalá.