Mandela, sólo él y después de muerto, ha provocado el encuentro personal entre los presidentes de Estados Unidos y Cuba. En el mismo estadio de Johannesburgo donde España se alzó con la copa mundial de fútbol, y después de medio siglo de aislamiento y embargo, los presidentes Obama y Raúl Castro estrecharon sus manos en el acto funerario en memoria de uno de los grandes pacificadores del siglo XX.
En su alocución Raúl lo definió como “símbolo supremo de dignidad y de consagración inclaudicable a la lucha revolucionaria por la libertad y la justicia; profeta de la unidad, la reconciliación y la paz”. ¿Seguirá el líder cubano las enseñanzas del profeta? Predicar la concordia es más fácil que poner en pié los mecanismos para hacerla posible; y qué decir del ejemplo que dejó al ceder la presidencia del país al término de su primer mandato democrático…
Mucho valor hace falta, y alma democrática, para dejar ese testimonio de confianza en la gente, de desapego del poder; de generosidad, en suma, para ver llegado el momento de dejar paso a otros que desarrollen libremente la obra puesta en pié.
A quien Raúl dejó paso fue a su hermano, recordando las palabras que Fidel dedicó a Mandela en su visita a La Habana: “Nelson Mandela no pasará a la historia por los 27 años consecutivos que vivió allí encarcelado sin ceder jamás en sus ideas; pasará porque fue capaz de arrancar de su alma todo el veneno que pudo crear tan injusto castigo; por la generosidad y la sabiduría con que en la hora de la victoria ya incontenible supo dirigir tan brillantemente a su abnegado y heroico pueblo, conociendo que la nueva Sudáfrica no podría jamás construirse sobre cimientos de odio y de venganza”.
Bien, pero lástima que no se aplicara el mismo cuento el padre eterno de la patria cubana. Algo así vino a decirles el presidente norteamericano poco después del histórico saludo: “hay muchos que abrazan el legado de Madiba pero se resisten a hacer reformas… Muchos líderes que muestran solidaridad con Madiba pero no liberan a sus propios pueblos«. Dicho quedó para la mayoría de los gobernantes africanos, asiáticos y algún iberoamericano, con los Castro en primera línea.
No está escrito cómo y cuándo pueda terminar la excepcionalidad cubana, ojalá sus responsables hagan propios los sentimientos que atribuyen a Mandela, aquel hombre de convicciones tan claras y firmes como los últimos versos de Invictus, el poema de Hemley que le mantuvo libre entre las cuatro paredes de la celda en Robben Island: “I am the master of my fate: I am the captain of my soul”; el amo de su destino, el capitán de su alma.