El expresidente Aznar refundó el PP en los primeros 90 y gracias a ello, y al desgaste del adversario, pudo presidir el Gobierno de España durante ocho años. Su gestión, como la de todos los que pasaron, pasan y pasarán por ahí, tuvo de todo pero el saldo final, como el de sus predecesores, fue positivo para el país.
Resulta obvio que muy pocos compartirían esta opinión el último día de su mandato, cuando Madrid enterraba doscientos asesinados por el terrorismo islamista; como también muchos dejaron en la estacada a su precedente González tras la acumulación de escándalos que arruinaron su credibilidad. Pero el tiempo suele reponer las cosas en el sitio que les corresponde y hoy los dos personajes que condujeron el gobierno de la nación durante un total de veintiún años gozan de predicamento.
En una semana, la que hoy termina, ambos han saltado al ruedo con formas más propias de maletillas que de maestros ya consagrados. Uno diciendo que Rubalcaba es una gran cabeza pero, ¡ay! carente de liderazgo. Eso sí que es mentar la soga en casa del ahorcado, precisamente a tres días de que éste, su antiguo ministro de Educación, de la Presidencia y también portavoz de su gobierno, abriera la gran conferencia política en que tenía puestas todas sus esperanzas. Con amigos así…
El otro, que parece aquejado del síndrome E.T., además de dictar lo que habría que hacer no se privó de reiterar sus sarcasmos habituales sobre el estilo de gobierno de Rajoy, el hombre que él mismo designó como sucesor. En circunstancias tan poco propicias a las bromas como las que el país, el gobierno y su partido atraviesan tal comportamiento tiene difícil explicación.
Pero lo que revela algo más grave es su comentario sobre la ausencia de miembros del actual Gobierno en la presentación de un segundo tomo de sus memorias: “ellos sabrán porque estuvieron ausentes. De todas maneras si alguna de las interpretaciones tienen razón y se ha mandado un mensaje de ruptura, pues se toma nota«.
Si ya no resulta sencillo comprender el por qué de la publicación tan temprana de unas memorias sobre hechos acaecidos hace tan sólo una década, lo de tomar nota de unas ausencias es sencillamente patético. Como, por cierto, no lo han sido menos las excusas que alguno de los ausentes se vio necesitado de dar.
Haría bien Aznar en replantearse su papel en la esfera nacional. Su relación con el partido que honoríficamente preside no puede consistir en disciplinar a su dirección, unas veces desairando a Rajoy y otras recordando principios programáticos postergados por la emergencia de la crisis. Y menos aún amenazar con tomar nota de ausencias quizá justificadas por su proceder.
En la izquierda se le llamaba centralismo democrático; el sacrificio de la libertad en aras de la eficacia. Lo creímos sepultado bajo los escombros del muro de Berlín, pero quia. Los comunistas de IU de Madrid lo acaban de resucitar en sus estatutos para suspender de militancia a quienes critiquen al mando. Ahí es lo propio, pero no en otros ámbitos.