Joseba Arregui ha escrito en la última semana dos artículos singulares, sendas lecciones sobre cuestiones de la vida pública que no suelen ser tratadas con el rigor demostrado por el ensayista vasco.
En el primero, “Víctimas y democracia” publicado en El Correo, identificaba una de las raíces de la deriva que siguen los nacionalismos actuales.
Para el autor de “La nación vasca posible” el nacionalismo tiene dificultades con la idea del espacio público en el que se desarrolla la política democrática. “Lo suyo –escribe– es la casa, la del padre, el solar, el espacio privado en el que siempre hay restricción del derecho de admisión, el ámbito de los sentimientos, pero no el espacio público en el que las cualidades privadas son irrelevantes para los derechos, libertades y obligaciones”.
Y del segundo, que ayer vio la luz en El Mundo, “Ciudadanía abdicada”, me permito reproducir los párrafos siguientes:
“El sistema político de las sociedades modernas se encuentra, pues, con que ha perdido la base socioeconómica tradicional en la que se sustentaba, los partidos de masas están sin anclaje social y los ciudadanos han heredado la cultura consumista repleta de valores hedonistas, post-materiales, la cultura subjetivista que sólo sabe articularse transformando los deseos en necesidades y las necesidades en derechos. En una situación así los culpables, porque son algo más que responsables, siempre son los demás, además los demás entendidos como personas individuales, los políticos, los banqueros, el mercado imaginado como un monstruo personal omnipotente ante el que han abdicado el resto de elementos del sistema.
Es necesario, dicen, defender el Estado de Bienestar que tanto ha costado conseguir. Pero el Estado de Bienestar, como lo dice la palabra misma, bien-estar, requiere un grado suficiente de riqueza. Y el bienestar está relacionado con la riqueza que es capaz de producir una sociedad. Si una sociedad se permite mayor bien-estar que lo que es posible con la riqueza que produce, debe endeudarse. Y quien se endeuda debe pagar, antes o más tarde, sus deudas. Y quien se endeuda se pone a sí mismo, en parte al menos, en manos del acreedor. Y todos los acreedores saben que el sistema funciona si existe confianza en que las deudas serán pagadas. En caso contrario, no se presta, no es posible el endeudamiento. Y tampoco un bienestar por encima de la riqueza producida.
La democracia representativa ya no se asienta en intereses colectivos claramente definidos por la estructura socioeconómica. La base de la representatividad es más débil: el sector conservador-liberal apela a los sectores emprendedores y capaces de producir riqueza, mientras que los sectores de izquierda-progresista apelan a los sectores consumidores del bienestar permitido por la riqueza producida”.
Saque cada cual sus propias conclusiones, los textos de Joseba Arregui lo merecen.