Pena ver y escuchar a los socialistas –el resto no merece un minuto de atención- la negación de una evidencia: que las cosas de la economía marchan mejor. No hay un solo indicador que revele lo contrario, lo que tampoco quiere decir que estemos ya escalando los collados de la prosperidad; simplemente eso: que las cosas van a mejor.
Frente a ello, el jefe de filas del antiguo partido socialista obrero español decía hoy en el primer debate sobre los presupuestos estatales del próximo año que “para muchos españoles lo peor está por venir o por llegar”. Pena verle empeñado en tan singular batalla contra las expectativas de una sociedad golpeada por la crisis que agravó la falta de atención por parte del gobierno que vicepresidía. Lo de menos es darse de coces contra el aguijón, cuestión que sólo a él afectaría; lo peor es seguir abonando el pesimismo de los que más sufren los efectos de esa crisis.
La consigna que su equipo sigue al pie de la letra es que los avances macroeconómicos sólo son consecuencia de la política europea, que ya son ganas de negar el pan y la sal. Deberían leer la entrevista que publicaba ayer El País con el presidente del Eurogrupo y compañero de Internacional socialdemócrata, el holandés Dijsselbloem. Algunas frases: “Soy muy optimista con España. La base industrial y económica existe. Y las reformas están funcionando”. Ante la insistencia del periodista: “Las mejoras están ahí, aunque en la economía real no se vean los cambios todavía. El paro está bajando, la recesión se acaba, las exportaciones suben. Insisto: soy optimista con España”. Y por último: “Cuando se viene de una recesión tan prolongada y se tiene ese paro es difícil ser optimista, aun cuando hay indicios para empezar a serlo. A España le va a ir bien”.
Rubalcaba, como político avezado que venía siendo, sabe mejor que nadie el efecto dominó de las buenas noticias, y de las malas. No es propio de ningún responsable social, sea político, analista, obispo o sindicalista, el empecinarse en negar el hombro a la difícil empresa de recuperar ciertos niveles de bienestar, comenzando por el empleo y terminando por los sistemas de educación y pensiones; o a cerrar el proceso en que se ha embarcado el nacionalismo catalán antes de que se constituya en factor de inestabilidad. Y sin embargo no hay cuestión en la que su equipo evite caer en la tentación de meter un palo entre las ruedas de la tartana sobre la que marcha el país, como si su descarrilamiento pudiera traer alguna ventura al común.
¿Prisas por reinstalarse en los despachos del poder? A una inmensa mayoría de españoles importa bastante poco quién lo ocupe mientras lo haga con eficacia y con la prudencia precisa para no crear más problemas que soluciones, como venía ocurriendo hasta hace cerca de dos años.