Dice nuestra Real Academia de la Lengua que la demagogia es una “degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”. Y también la define como “práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular”.
Es lo que mejor cuadra a la señora Díez, presta ante cualquier circunstancia a salir a la palestra apelando a los instintos más primarios con el fin de pescar votos; vengan de donde vengan, que la antigua socialista – “más del PSOE que las amapolas del campo”- no se para en mientes si de acarrear incautos se trata.
La carta que ayer dice haber dirigido al Fiscal General es la última señal dejada en el camino que está recorriendo la jefa única del partido magenta.
No ha tardado más de un día en subirse a la rabia que ha producido en muchos la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos para pedir al Fiscal que no se aplique de forma favorable a los terroristas (¿?). Y que se excluyan de la vida pública a los colectivos, partidos, o asociaciones que justifiquen o alaben el terrorismo.
Alguien que pretende ejercer el papel de responsable político no puede jugar tan descaradamente con los sentimientos de millones de ciudadanos a quienes la dichosa sentencia ha sentado como piedra en el ojo. Apuntalar ocultos ánimos de venganza soterrados bajo la reclamación de justicia es el peor servicio que cabe hacer a los afectados por los crímenes o las violaciones de quienes irán saliendo a la calle; los etarras y los que sin serlo son tan criminales como aquellos.
Y poner al Fiscal General en la tesitura de vulnerar una sentencia o de actuar contra las leyes y jurisprudencia establecidas son ganas de minar la confianza ciudadana en el señor Torres Dulce, y de hacerlo gratuitamente.
No todo vale para ganar un puñado de aplausos.