Tres diarios nacionales comenzaron la semana dando noticia de un mismo hecho. ¿Del mismo hecho? Para uno, “El juez investiga un incremento patrimonial del matrimonio Urdangarín en 2004”. Para otro, “El Rey prestó 1,2 millones a su hija para la reforma de Pedralbes”. Y el tercero tituló de la siguiente guisa: “Hacienda informa de pagos del Rey a Urdangarín y la Infanta por 1,2 millones”.
El primero se ciñó al estado procesal de la investigación que un juez lleva a cabo, auxiliado ahora con datos facilitados por Hacienda. El segundo fija la atención del lector en la información que Agencia Tributaria ha entregado al juez: el préstamo del Rey a su hija, como así esta recoge en sus declaraciones fiscales de patrimonio. El tercero omite la naturaleza del hecho –el préstamo- convirtiéndolo en pagos. ¿Se tratará del mismo hecho?
Para este último diario, el hecho ha sido descubierto por la fiscalía anticorrupción, con todo el morbo que los términos fiscalía y anticorrupción puedan aportar, aunque luego indique que todo parte de un informe aportado al sumario por la Agencia Tributaria. Para los otros dos, la información parte de la Agencia atendiendo la solicitud del juez encargado del caso.
Pese a lo que pudiera parecer, se trata de un mismo hecho, aunque sólo el diario de Berlusconi meta al Rey en proceso en curso – “es la primera vez que aparece la figura del Rey en la investigación económica del caso Urdangarín”-. Efectivamente, como ya habrá adivinado el lector “El Mundo” es el que haba de pagos; diario frecuentemente impelido por la extraña pulsión de destrozar a quien se atreva a ignorarlo, contrapesada por otra de signo contrario capaz de elevar a la categoría de estadistas a las señoras Díez o Chacón.
Un periódico que juega a hacer la política, no a contarla, hace cualquier cosa menos periodismo. Puede contribuir tanto a limpiar de basura la vida pública, y en ocasiones lo ha hecho, como también a ensuciarla. Crear y derribar políticos, o figuras mediáticas de cualquier orden, es más propio de agentes artísticos que de informadores. Hollywood tiene contadas un sinfín de historias de la prensa, cantos en tono mayor a las libertades y al compromiso con la sociedad de periódicos apellidados “Globe”, “Star”, “Sentinel”, “Sun”, “Post”, etc.
El empeño por reencarnarse en aquellos héroes que ilustraron el Bogart de Deadline, el Strathairn de Good Nigt, and good luck, los reporteros Hoffman y Redford o el director Robards de All the President’s Men, sólo puede conducir a la melancolía. El mundo real no es el de aquellas novelas negras, ni tampoco el del Watergate posterior; los españoles merecen el respeto de ser informados desde el principio ético que el editor del Guardian, CP Scott, escribió en un breve ensayo cuando cumplía cincuenta años como editor del diario británico hace ya casi un siglo: “Comment is free, but facts are sacred”. Y sobre los comentarios que calificó de libres, apostilló que si bien está ser franco, mejor aún es ser justo: “It is well to be frank; it is even better to be fair”.