Con esta gente no llegaremos a ninguna parte. A pesar de estar curados de espantos, las profundas reflexiones que el ingreso del jefe del Estado en una clínica ha suscitado en algunos prebostes a cargo de nuestros impuestos da mucho que pensar. O poco, según se mire.
Que la flamante presidenta de la autonomía andaluza se despache criticando que la clínica sea privada merece premio. Por ejemplo, darle el derecho a decidir, a ella sí, para que se vaya a paseo con sus vecinos del sur. La brillante apparatchik, toda una vida entregada al partido, llegó hasta a razonar su crítica: “la defensa de nuestra sanidad pública también se ejerce usándola y poniéndola en valor”.
Triste es que los andaluces hayan de tirar un par de años con doña Susana, pero qué pensar si el propio Rubalcaba confesó que él hubiese preferido “que el Rey hubiera ido a un hospital público”.
De personaje tan mesurado como el comunista Cayo Lara no es de extrañar nada, ni siquiera que mezclara al Rey con la privatización de centros médicos. “Se está posicionando al lado de los privatizadores”; con un par.
Y los republicanos catalanes peguntan si el Gobierno ha autorizado que el Rey sea tratado por un médico traído desde Estados Unidos y, en caso negativo, si no debería haberlo refrendado. A más a más, como ellos dicen, también quieren saber quién pagará los gastos de viaje y manutención del doctor gallego que trabaja habitualmente en Rochester, así como la propia atención sanitaria que reciba Don Juan Carlos en su operación y posterior tratamiento.
Ni que decir tiene que en caso de que el titular de la Corona hubiera ingresado en un centro público, las críticas se habrían centrado en que se saltó la lista de espera, que el hospital lo han convertido en una fortaleza, que acapara más atenciones que toda una planta de comunes mortales, etc. Y, además, manifestaciones a la puerta del hospital como la que le montaron a la moribunda delegada del Gobierno en Madrid: “Cifuentes a la privada”.
Menuda tropa. ¿Qué demonios tendrá la política de nuestros días que tanto degrada las conciencias y el bien hacer de sus agentes? El panorama es desolador y seguirá siéndolo mientras no les exijamos la prueba de haberse ganado la vida honestamente durante unos cuantos años como cualquier hijo de vecino. Lo de las listas electorales, después; ese es otro costal.