Tantos ha fallado que ya no hay gol que pueda redimir al delantero francés del Real Madrid. Ver jugar a Benzema y recordar la novela del “duque de Amarcord”, o sea el checo Kundera, es todo uno. “La insoportable levedad del ser” nada tiene que ver con el fútbol ni deporte alguno; más bien todo lo contrario. Y ni esto es la Europa del este ni estamos en aquellos tiempos de la guerra fría. Pero cuando el lector comienza a sentir el vacío que la inutilidad de la existencia provoca no puede por menos que recordar a Karim Benzema vestido de blanco, o de azul.
Benzema parece flotar sobre los goles que marca, uno de cada ochenta y nueve que marra. Lento como el caballo del malo, torpón, y con la mirada perdida allá donde habitan las musarañas, ocupa en el césped un terreno que impide ser jugado por un compañero más centrado.
Hasta cuando le aguante el tándem Ancelotti/Zidane es la incógnita que los madridistas quisieran ver despejada cuanto antes. Haber cedido cinco puntos en las primeras siete jornadas es demasiado parecido al arranque de la pasada temporada, la de Mourinho, Higuaín y demás estrellas fugaces, caídas este verano del cartel como las perseidas por San Lorenzo.
Por cierto, también el míster italiano debería hacérselo mirar ya.