El alcalde es catalán; la Constitución, la del 37. Una placa la conmemora desde hace más de siglo y medio, cuando dio nombre a la plaza del Ayuntamiento. El Ayuntamiento, el de Barcelona. La plaza, hoy de San Jordi como anteayer la llamaron de la República, lucía en su fachada desde 1840 la decimonónica alegoría a la primera Constitución elaborada en este país por consenso entre moderados y progresistas.
El alcalde es del partido que ha venido manteniendo la burguesía catalana en las tres últimas décadas. Es pediatra de origen y se apellida Trías. Parecía hombre ponderado y como tal le tuve mientras ejercía de portavoz de la llamada minoría catalana que se inventó Roca. Fue durante el segundo gobierno Aznar. Tuve ocasión de conocerle; ahora me resulta imposible reconocerle.
La estupidez que ha perpetrado retirando el citado recuerdo histórico es una más de las que acumula la plana mayor del partido de los Pujol. Una cesión más a los radicales que se les están comiendo por las patas, como las encuestas cantan. Los deseos de los izquierdistas republicanos de Junqueras son órdenes para los convergentes como Mas y Trías.
Constitución, ni la del 37. ¿Les molestará el consenso que borró el Estatuto Real, aquella especie de carta otorgada a lo Juan sin Tierra o, más recientemente, los Fueros y leyes orgánicas del Caudillo Franco? Lógica alergia la de los nacionalistas a todo cuanto huela a concurrencia libre de ideas y opiniones.
¿Será el mero hecho de que en la plaza que se reparten gobierno autonómico y el ayuntamiento capitalino el paseante, el niño, el estudiante, los ciudadanos en suma puedan leer la palabra Constitución?
Lamentable, tanto como la expurgación de disidentes soviéticos cada vez que cambiaba el dictador de Moscú. Así escriben la Historia estos connacionales, jibarizándola hasta ponerla al alcance de los enanitos.