O anímica. ¿Cómo calificar la podredumbre interna de quienes piden una bala para Teófila o desean la muerte a Cifuentes mientras un centenar de colegas se manifiesta contra su ingreso en la UVI de un hospital público?
Perturbados siempre los ha habido, representan una cuota social a satisfacer por quienes se mantienen en sus cabales, pero la situación comienza a tornarse alarmante cuando son coreados. Viven de manifestaciones que anuncian espontáneas en las que no faltan cámaras de televisión para insuflarles el aire de que carecen, y de mensajes instantáneos llevados por el pajarito azul hasta el último nudo de las llamadas redes sociales. Unos firmados, como el del tal Llamazares, hermoso ejemplar de político honorable, otros cobijados bajo el anonimato, ese corral de valientes incapaces de reconocer otras realidades diferentes de sus prejuicios y consignas atragantadas.
Insensatos, también. Ahí está el gobierno de la Generalitat que comanda ese sucesor de Pujol empeñado, erre que erre, en seguir perdiendo sus apoyos sociales en favor de la izquierda republicana secesionista. ¿Dónde fue a parar el seny de la burguesía catalana que alguna vez se envidió en el resto de este país nuestro?
Hay corrupción más allá de los fenómenos que animan las ventas de algunos diarios. No todo termina en sujetos como Bárcenas y sus compinches de Gurtel; ni en los los EREs, ese ejemplar empleo de dinero público perpetrado por los gobiernos socialistas de la Junta andaluza que arropan los comunistas de Comisiones Obreras, ni tampoco en los ugetistas celebrando no se sabe qué a costa del contribuyente.
También dejar la Junta para comprar asiento en el Senado y sentirse mejor protegido por el fuero parlamentario para cuando la Justicia llame a la puerta.
Y qué decir de quien sigue calificando de cuentas en B aquellas en que se practicaban retenciones fiscales antes de cursar los pagos por transferencia bancaria.
En fin, cierto es que no hay mal que cien años dure, pero esta pandemia corrupta puede dejar huellas de difícil borrado, como parece serlo la acumulación de desatinos cometidos durante años por las administraciones públicas. El Gobierno de la nación aún no ha movido pieza efectiva para depurar las tripas del Estado. Las duplicidades siguen donde estaban, ¿será preciso declarar el estado de emergencia nacional para cargarse tantos presuntos defensores del pueblo, tantas televisiones públicas, tantos gabinetes cartográficos, tanta grasa como la acumulada por los excesos cometidos durante los años de vino y rosas?
Lo de siempre, aquello de Robespierre: sin romper huevos no habrá tortilla.