“Mientras el cuerpo aguante…” me dijo en los camerinos del Metropolitan de Nueva York hace cuatro meses. Acababa de interpretar el papel baritonal del viejo Germont, el padre del joven Alfredo que el tenor comenzó a cantar hace cincuenta y dos años. Nada menos; toda una vida que la mayoría de los cantantes líricos no llega a cumplir. Pero el no está dentro de la mayoría. Se lo impiden su capacidad de trabajo y la técnica imprescindible para acompasar sus capacidades al paso del tiempo. El tenor que carga en sus espaldas con 142 papeles operísticos, el último el Cyrano de Bergerac que cantó hace unos meses en Sevilla dirigido por Pedro Halffter, cada vez dedica más tiempo a la dirección de orquesta, y vocalmente ha vuelto a sus primitivos ejercicios como barítono para cantar a Simón Bocanegra o Nabucco.
Escucharle en La Traviata la frase “Dio m’esaudi’” –Dios me escuchó- con que concluye una de las más bellas arias verdianas escritas para barítono, “Di Provenza il mar, il suol”, hizo enmudecer durante dos largos segundos a los tres mil quinientos asistentes a la representación en el MET antes de estallar en bravos y aplausos.
Plácido Domingo recibe hoy el honor con que el pleno del Ayuntamiento madrileño le distingue como hijo predilecto. Un percance vascular le ha impedido trabajar durante este mes para su pueblo, como se había propuesto, pero el reposo decretado por los médicos no le ha impedido asistir a las representaciones de Il Postino que iba a interpretar, ni al concierto que habría dirigido, ni a vigilar la construcción de su auditorio en el colegio de la Virgen Blanca que el padre Lezama ha levantado en el norte de la ciudad, ni… “mientras el cuerpo aguante…”.
Y así exprime el mes de forzado descanso pensando en volver a actuar dentro de dos semanas en Salzburgo y desde ahí a Verona para dirigir y cantar nada menos que arias de Wagner en la Arena italiana.
El personaje que nació en la madrileña calle de Ibiza hace setenta y dos años ha desafiado cuantos retos suelen interponerse entro los de su profesión. Muchos, incluida la Callas, auguraron que tanta actividad terminaría por quebrar su voz; otros que su repertorio no tenía sentido. Cantar a los treinta y pocos años Otello, como adentrarse poco después en Wagner, fue considerado una temeridad.
No es menos cierto que el superhombre tiene algunas armas ocultas, como su memoria y dotes pianísticas; aprender los papeles sobre el piano ha ahorrado muchas horas a sus cuerdas vocales. Como su afición por el fútbol le ha permitido caer fulminado en escena como nadie lo hace, sea el dogo genovés de Simón Boccanegra de estos últimos años, como antes el Cavaradossi de Tosca o el Gustavo de Un ballo in maschera. Y el arma definitiva: Marta, la soprano que eligió el papel de esposa.